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PEDRO PRIETO (VALENCIA)
A las dos de la madrugada llegamos al hotel de Castellón tras haber asistido al rosario que se rezó en la playa de la Malvarrosa, al que asistieron, entre los que estaban sobre la arena y el asfaltado de los alrededores a ésta, aproximadamente medio millón de personas, lo que supuso el gran negocio para restaurantes y bares del lugar, tanto que jamás olvidarán el paso de Benedicto XVI por estos pagos. Horas antes, en el puerto de Valencia, había desembarcado un centenar de mallorquines a los que la multitud se tragó.

Ayer por la mañana, otros doscientos cincuenta paisanos nuestros llegaban a Valencia, vía marítima. Habían salido de Palma a las siete de la mañana y cuatro horas después aparecían por la terminal del puerto. Gente generalmente joven, y en según qué grupos, muy joven, entre los que vimos a algunos inmigrantes ecuatorianos y colombianos, «jóvenes integrados de pleno en la parroquia de San Vicente de Paúl (Camp Rodó)», según nos dijo Diego León, su vicario, «pese a que tres de ellos han llegado a la Isla hace apenas dos meses». «Es un placer vivir en Mallorca -nos decía Roberto, un ecuatoriano- y también una suerte haber encontrado a personas que nos han permitido venir a ver al Papa, algo que ni en sueños pensé que algún día podría conseguir».

Dicho colectivo de San Vicente de Paúl llegaba incrustado, junto con otros procedentes de los distintos puntos de Mallorca, en la denominada Pastoral Juvenil, a frente de la cual estaba -está aun, pues todos siguen aquí- Joana Karmany, hija de Karmany, ciclista glorioso para más señas, que nos dijo que «todos llegamos con mucha ilusión y con ganas de participar muy directamente en los actos que se están llevando a cabo con motivo de la visita del Papa».