«Y yo estoy en dicha asociación. Me han invitado a que esté y muy gustoso he accedido. Y se les puedo echar una mano, mejor». Cecili tiene experiencia en cuidar enfermos.
Exsacerdote y misionero, una vez secularizado, ha estado casado dos veces. La primera con una mujer con la que vivió durante seis años, los últimos tres enferma de cáncer. Y él siempre a su lado. Cáncer, silla de ruedas y muerte. Con la segunda convivió 28 años, hasta que el alzhéimer se la llevó. Alzhéimer, silla de ruedas y muerte. «Padeció esta enfermedad durante siete años, en los que, salvo en el último, que tuve que ingresarla en una residencia, en Montuïri, estuvo siempre a mi lado. Y estuvo porque no te queda más remedio. Porque ella cada vez te necesita más, y porque tú, que la has querido, que has pasado momentos muy bonitos a su lado, y que la sigues queriendo, no la puedes abandonar hasta que ya no sabes que hacer. Entonces le buscas una residencia, donde sea y al precio que sea, para que esté atendida durante las 24 horas del día. Porque, como digo, llega un momento en que no puedes, que no sabes ya qué hacer, ni cómo arreglártelas solo. ¿Qué cómo me las arreglé yo…? En todo esto me ha ayudado mucho la familia y mi creencia religiosa. Sí –asiente. Sobre todo mi fe en Dios, me ha ayudado mucho».
Cecili nos cuenta que hoy son muchas las personas que padecen enfermedades como el alzhéimer, que son cuidadas por algún miembro de su familia, generalmente por una mujer, que a medida que va progresando el mal tiene que dejar de hacer cosas para dedicarse exclusivamente a ellas, «hasta tal punto que la tienes que cuidar tan intensamente, que todo lo demás desaparece para el cuidador. Personas que por ello, además, no perciben ningún tipo de ayuda, y que son mas bien invisibles para la sociedad.
¿Y la Ley de la Dependencia, qué papel juega en todo esto?, le preguntamos. Cecili esboza una sonrisa de resignación y dice: «La intencionalidad de esta ley es buena, pero, además de insuficiente, es incomprensible, porque, aparte de que no hay residencias suficientes para este tipos de enfermos, ¿cómo es posible que si una mujer, mi esposa, por ejemplo, tiene una pensión de 900 euros, debo pagar 1.800 si la quiero ingresar en una residencia, que encima está a cuarenta kilómetros de casa? Porque la situación, hoy, es esa. Intenté por todos los medios que ingresara en la residencia de General Riera, pero no fue posible. La lista de espera era inmensa, por lo que tuve que buscarme otra, en Montuïri, a quienes les estoy muy agradecidos por el trato que le dieron».
A Cecili le extraña que siendo el alzhéimer la gran epidemia del siglo XXI, los gobiernos no valoren los efectos que va a provocar en los familiares los próximos 20 años. «Pues como digo, veo que cada vez hay más gente que la padece, mientras que hay menos residencias, ni tampoco campañas que busquen soluciones».
Por eso entra en escena ‘Mans a les mans', manos que ayudan a manos, personas que apoyan a las que tienen a su cargo el cuidado de otras, enfermas, con la particularidad de que estos cuidadores suelen ser más mujeres que hombres. Sí, por cada 30 mujeres, hay 3 hombres.
‘Mans a les mans' quiere empezar a tomar visibilidad a partir del próximo 1 de diciembre, a las 10.30 horas, en el CineCiutat. Ahí es donde pondrán la primera piedra de este grupo, que de momento cuenta con 90 socios. ¿Qué por qué a esa hora? Pues porque las 10.30 de la mañana es la mejor hora para el cuidador: el enfermo ha desayunado y todavía faltan horas para que almuerce.
Por ello hay que asistir a echar una mano a esta gente, a los que de forma altruista, por amor, cuidan a los que ya no pueden valerse por si mismos. Así que acudan al CineCiutat, escuchen lo que allí digan y luego actúen como les dicte el corazón.
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