Un grupo de mujeres de la Comisión 8-M que organiza la huelga feminista, un leonés que se disfraza de obispo deseando el infierno a Carles Puigdemont y unos asistentes disfrazados de bola de lotería a los que se les ha requisado el disfraz por seguridad, son algunas de las anécdotas que se han vivido en el patio de butacas del Teatro Real durante el Sorteo Extraordinario de la Lotería de Navidad celebrado este sábado 22 de diciembre.
Una fila eterna con cientos de personas rodeaba la sede del sorteo esta madrugada. Encabezando la serpiente humana para asegurarse una de las 500 butacas del teatro se encontraban muchos de los habituales a la cita con los niños de San Ildefonso, como Manoli, una octogenaria que suele ser la primera en pisar la platea. Este año ha cedido el privilegio a su amigo santanderino Jesús Manuel, que acudía con su hijo de 12 años y vestido de novia. Se lo había ganado: estuvo 30 horas haciendo cola.
Detrás de ellos han desfilado un rey mago, un payaso, un 'superhéroe español' con el toro de Osborne como emblema y un obispo. Todos forman el grupo de incondicionales del sorteo que cada año acuden a Madrid desde distintos rincones de España organizados en un grupo de 'Whatsapp' para vivir su momento de gloria.
El obispo es Juan, leonés de 37, hostelero y anti-independentista. «Siempre vengo con el cartel de uno al que quiero mandar al infierno», apunta. El año pasado, su ojeriza iba dirigida al ex presidente de Cataluña Carles Puigdemont. Ahora desea fuego eterno a su sucesor al frente de la Generalitat, Quim Torra, y al humorista Dani Mateo.
Tras el obispo, en la últimas butacas de la platea, este año han dado color (morado) un grupo de mujeres de la Comisión 8-M que organizó la huelga feminista. «Venimos para visibilizar la lucha de las mujeres y por la huelga del 8 de marzo, donde nos la jugamos todas», ha explicado Nadia, de 26 años, vocera de la comisión. Lo de jugársela lo dice en todos los sentidos: las mujeres tenían décimos con el número 80319, la fecha de la próxima convocatoria de la huelga.
Entre tanto disfraz estrambótico y gorrito de Papá Noel, ha vuelto a destacar la sobria elegancia de Fernando Vázquez, un niño de San Ildefonso de 78 años que en 1954 cantó el Gordo y desde entonces no se pierde un sorteo. «Somos los mismos siempre», ha admitido sin quitarse la capa española en su butaca favorita, cerca del espacio destinado a las televisiones, por donde se ha paseado Carolina Pellico, la primera niña que cantó el Gordo allá por 1986
Premio contra los desahucios
Aquel año, Carolina cantó el número 3.772, muy parecido al 3.347 que este año han tenido el privilegio de premiar con 400.000 euros al décimo las niñas Carla García y Aya Ben Hamdouch. El Gordo se ha hecho esperar, llegando a las 12.35 horas, y lo ha hecho con mucha emoción. Tanta que a Carla le ha costado cantarlo.
Un premio remolón cantado por una niña remolona. «Hoy no se quería levantar de la cama», ha desvelado Noemí, la madre de Carla. La pequeña ha demostrado ante los periodistas ser una chica muy concienciada a sus 11 años: ha deseado que el premio «le haya tocado a las personas que le van a embargar la casa para que tengan dinero para pagarlo».
Su compañera Aya Ben Hamdouch también ha deseado que el dinero «vaya a las familias necesitadas» y espera celebrar «yendo al Burger King» la suerte que ha repartido este sábado. Porque en su casa no se juega, ha confesado. «A mi madre no le va mucho», ha dicho la niña de 10 años, bautizada como «la niña de los 1.000 euros» por su particular forma y entusiasmo al cantar la pedrea el año pasado
«Eso la hizo 'trending topic», ha recordado divertida su madre, Chorok, desvelando el motivo por el que su hija ha sido más comedida en esta ocasión a la hora de cantar. «Ha tenido anginas», ha señalado, apuntando que la niña quiere ser cantante.
Bolas requisadas
El Sorteo de Navidad reparte alegrías por toda España, pero también muchas desilusiones. Sin ir más lejos, en el Teatro Real, en cuya puerta seguían decenas de personas apostadas cuatro horas después de la apertura de puertas anhelando un butaca libre que nunca llegaba. Sí lo consiguió Jorge, junto a otros ocho amigos de Villares del Saz (Cuenca) que decidieron acudir al sorteo con los mejores disfraces de esta edición.
Jorge y un amigo se habían ataviado como bolas gigantes como las que se usan en el sorteo navideño. Otro par de de compañeros, con pelucas en la cabeza y asomando las pantorrillas, emulaban a dos niñas de San Ildefonso creciditas, mientras un quinto se había embutido un décimo gigante del número 42.442. «Porque ese se compra entero en el pueblo», han hecho saber.
Tras esperar doce horas para entrar al Teatro Real, los amigos de este pequeño pueblo conquense se han encontrado con un obstáculo insalvable: las enormes bolas del disfraz no cabían por el detector de metales. Y los responsables de seguridad del teatro han tenido que requisarlas, para enojo de Jorge. «¡Vamonos! Yo no estoy aquí esperando desde las ocho de la noche para no poder pasar con la bola», ha exclamado tras ser despojado de su disfraz. Tras un momento de indignación, el hombre ha acabado accediendo, resignado y «como un caracol al que le han quitado su caparazón», al interior del teatro junto a su grupo de amigos.
«Hemos remado y remado para morir en la orilla», lamentaba después, dramáticamente poético, en el patio de butacas, sin disimular su decepción. «Es que es una putada que te cagas, hemos estado tres meses haciendo las bolas, tienen mucha faena», ha explicado para acabar pronosticando, con resentimiento, que no volvería nunca jamás al sorteo.
Sin embargo, cuando los bombos se han detenido y el público ha abandonado la platea, Jorge ha recuperado su preciada bola, y todos los paisanos de Villares del Saz han podido inmortalizar su atuendo en el 'photo call' oficial del evento. Ahí a Jorge se le ha pasado el enfado y sonreía como un chiquillo.
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