Tras la copiosa cena y la dilatada sobremesa, cuando algunos empezaban a contar ovejas en la silla los más jóvenes acababan de engalanarse. Para muchos la noche no había hecho más que empezar. Miles de mallorquines aprovecharon la Nochebuena para salir con los amigos y disfrutar de una de las últimas fiestas del año.
Las gasolineras acababan sus depósitos de hielo y el tráfico volvía a reactivarse. Los trabajadores de las salas de fiesta se preparaban para una noche más: la seguridad privada comenzaba a plantarse en las puertas de las salas, los camareros se acomodaban tras la barra y el ascensorista de Tito's se arrepentía de no haber cogido una chaqueta: «Aquí hace más frío del que pensaba». El Paseo Marítimo fue una de las zonas más concurridas y los juerguistas, que se distribuyeron en varias discotecas, como Tito's, Social Club o Club de Mar.
Hasta bien pasada la 1 de la mañana estas no empezaron a llenarse. En la calle se podía ver alguna que otra silla de playa para acomodarse en uno de los rituales más apreciados por los jóvenes: el botellón. No era extraño observar los maleteros abiertos con todo un arsenal de bebida: «Lo que sobre siempre nos lo podemos beber en Nochevieja», comentaba un joven tras advertir que quizás habían comprado alcohol de más.
En cuanto a los atuendos, muchos se reservaron sus mejores galas para el día 31. En Nochebuena imperaron los colores oscuros y los jerseis de cuello alto en los chicos, mientras que algunas de ellas apostaron por los estampados, así como por el clásico rojo y también el plateado.
Diferente
También hubo alternativas al reguetón y el Paseo Marítimo. En el polígono de Son Rossinyol, Sa Possessió organizó su Nitbona Electrònica, donde los DJ Romo, Josh Calo, Southnormales, Stop'n Play, Mark Oliver y Alberto Dietrich marcaron el ritmo de la noche. Aquí no se vieron tantos trajes, y la mayor coincidencia entre ambas fiestas fue la afición de los jóvenes por ponerse a tono en la vía pública.
Cuando las copas habían hecho efecto y la sinceridad era desbordante, la noche sirvió también para ultimar los própositos de cara al próximo año: «El día uno dejo de fumar», comentaba una joven mientras le daba las últimas caladas a su cigarrillo.
En Sa Possessió la fiesta acabó a las cinco de la mañana, y algunos se quedaron con ganas de más. «Otra, otra», reclamaban los asistentes a viva voz cuando ya se habían olvidado por completo de comprobar sus relojes.
Esa otra canción nunca llegó y, abandonando la sala en silencio y reflexión, muchos se fueron a casa calculando los días que faltan para la próxima celebración.
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