Ismael, ahora que por la COVID-19 no va a clase, se pasa casi todo el día tumbado en su cama, jugando con la Play Station que Dolores, su abuela, que no le pierde de vista en ningún momento, la prepara y conecta. | Click

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Ismael Ortega tiene 13 años, padece distrofia muscular de Duchenne, lo que le obliga a estar en la cama, cada vez más debilitado, y a desplazarse en silla de ruedas.

Antes del confinamiento decretado por el estado de alarma, Ismael iba a clase, a Aspace. Ahora, en lo que la normalidad vuelve a los centros escolares, y en este caso especiales, se pasa todo el día en casa, la mayor parte del tiempo tumbado en la cama, pues apenas tiene fuerzas para estar sentado en su silla de ruedas. A falta de amigos, pues vive bastante apartado de Son Sardina, no ha tenido más remedio que hacérselos virtuales, a través de la Play Station, con la que juega mucho tiempo.

Ismael vive con su abuela, Dolores, puesto que su padres están separados. «El padre viene a verle cada día y más ahora que se ha quedado sin trabajo –nos dice la abuela–. Como ha creado otra familia, nos ayuda como puede. También lo hace su tío. Porque lo que es yo, que estoy separada, y que me dan una paguita de 400 euros año sí y año no, solo percibo 360 en concepto de ayuda a la dependencia, pero como casi a diario viene una mujer a limpiarlo, me descuentan cien euros. Y con lo que me queda, 260, vivimos».

Es un gran chico

Cuenta la abuela Dolores que la madre de Ismael pasa a verle de tarde en tarde, excusándose en que vive en Son Gotleu y en que no tiene medios de transporte ni dinero para venir. «De ahí que desde marzo a hoy solo ha venido dos veces y ha estado en cada visita 20 minutos. Ismael la llama al móvil, pero no siempre le contesta. Y cuando eso ocurre, me dice ‘se ve que mamá tiene el teléfono roto'. ¡Es un gran chico! Y a la madre... es que la quiere mucho, pero…».

Hace unos años, desde la Conselleria, quisieron tutelar a Ismael, pero tanto la abuela como él, se negaron. «Mientras yo viva, y pueda, el niño vivirá aquí, pues aunque tenemos poco, a él no le faltará de nada. Y si yo me lo tuviera que quitar todo para dárselo a él, lo haría. Aparte, él tampoco quiere irse de aquí. Estamos muy bien los dos. Él cada vez me necesita más, pues pierde movilidad… A veces me pregunta: ‘abuela, ¿cuándo me voy a curar?' Y yo le digo que tenga paciencia, que pronto…».

Lejos de la parada del bus

Hasta hace tres años, Ismael se desplazaba desde casa a la parada del autobús, que está a unos 700 metros, en una silla de ruedas no motorizada, «lo que significaba –dice la abuela– que yo tenía que empujarle hasta la parada, encontrándome a veces con que el bus no llevaba rampa para minusválidos, por lo cual, si iba a Son Sardina debía de seguir empujando, si no, y también empujando, regresábamos a casa –y matiza–: en invierno, con viento, lluvia y frío, y en verano con calor».

Dolores, que como decimos le pone buena cara al mal tiempo, no entiende cómo los gobiernos no prestan más atención a personas como su nieto. Porque, ¿en qué cabeza cabe que una persona, en este caso Ismael, con una ayuda de 360 euros, de los cuales le descuentan cien por aseo, pueda vivir? ¿Se conformaría con eso un político que tuviera un hijo en esas mismas condiciones…? Sí, se habla de ayudas sociales… Los políticos, unos a otros, se echan en cara la poca atención que están prestando a estos servicios, apoyándose en el «y tu partido hizo menos», o en «y tu partido recortó las ayudas…». Es decir, que los unos por los otros... ellos están así. Prácticamente abandonados, dejados con 360 euros. ¿Qué es eso?