El Servicio de Atención Integral en el Domicilio (SAID), que puso en marcha el IMAS en 17 municipios, se ampliará a toda la Isla en un plazo de dos años. | M. À. Cañellas

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Josefa tiene pocos caprichos, pero uno de ellos es hacerse la remolona en la cama, mientras escucha cómo se queda vacía lentamente la casa. Sus nietos se van al instituto y su hija, según el turno, marcha al trabajo. Cuando oye las llaves en la puerta, puntual como un reloj, a las 9.45 horas, sabe que le toca dejar de remolonear. Ha llegado Maria Antònia Vicco, técnica en cuidados auxiliares de enfermería, para ayudarla a levantarse y comenzar el día. Pasarán juntas una hora y media, tiempo justo para desayunar, asearse y, si el tiempo acompaña, salir a dar un paseo, «aunque con el bicho ese ahí, cada vez me da más reparo poner un pie fuera de casa», explica.

Josefa tiene 89 años, que recalca con orgullo, porque sabe que aparenta muchos menos; un vozarrón imponente capaz de bajar los humos a cualquiera; y un carácter recio, por algo nació y ha vivido toda su vida en Rionegro del Puente, un pequeño pueblo zamorano. Cuando el Alzheimer que sufría Salvador, su marido, se agravó hasta tal punto que se marchaba de casa un día sí y otro también, se dio cuenta de que no podía cuidarlo sola y necesitaba ayuda. No les quedó otra que trasladarse a Binissalem a vivir con su hija mayor y su familia.

Hace tres años Salvador falleció y toda la fuerza y energía que puso durante años en cuidarlo, ahora le pasan factura. Sufre problemas de movilidad en las piernas y necesita ayuda para levantarse o salir a la calle. Pero Josefa tiene claro que a una residencia no va ni con los pies por delante: «Prefiero volverme a mi pueblo, que tengo a mis sobrinos y vecinas de toda la vida, que me echarán un cable», apunta. Su hija Begoña tampoco estaba dispuesta, y por eso buscó una solución intermedia trayendo los servicios de la residencia a su propia casa, a través del programa del Servicio de Atención Integral en el Domicilio (SAID) del Consell de Mallorca.

Palma 10.

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Josefa Blanco, 89 años: Se trasladó a la Isla hace unos años a vivir con una de sus hijas porque ya no podía hacerse cargo sola de Salvador, su marido, que comenzaba a mostrar los primeros síntomas del alzheimer. Hace tres años falleció, y como señala su familia, a Josefa le vinieron todos los achaques. Con problemas de movilidad, cuenta con Maria Antónia Vicco, de lunes a viernes de 9.45 a 11.30, para ayudarla a vestirse y pasar el rato.

Cuidados en el hogar

Según un estudio del Institut Mallorquí d'Afers Socials (IMAS), el 82 % de las personas encuestadas, con edades comprendidas entre los 65 y 85 años, expresan el deseo de envejecer en su domicilio y ser cuidadas en su entorno en el caso de necesitar ayuda para realizar las actividades más básicas de la vida diaria. Una posibilidad que hasta hace poco tiempo no se contemplaba, aunque la persona se valiera por sí misma, su casa estuviera perfectamente adaptada o solo necesitara algunas modificaciones. La única opción pasaba por la institucionalización en una residencia. Ahora las posibilidades se amplían.

Visualicen la situación. Hay 1.000 personas esperando plaza en una residencia de mayores en Mallorca; las estimaciones que maneja el Consell Insular para 2030 apuntan a que la población mayor de 65 años en las Islas será de 287.255 personas. Imaginen el número de residencias que habrá que poner en pie.

Según la recomendación de la OMS, el Archipiélago debería contar en 2030 con 14.363 plazas residenciales. Para lograrlo habría que construir 70 residencias de 100 plazas solo en Mallorca, con un coste de 560 millones de euros para su construcción y otros 280 millones anuales de mantenimiento. Para eso sería necesario consumir 526.500 metros cuadrados de terreno, poniendo a prueba la sostenibilidad del territorio y del mismo modelo asistencial imperante.

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Atención integral

Por todos estos motivos nació hace tres años como programa piloto el Servicio de Atención Integral en el Domicilio (SAID) del IMAS, con el objetivo de promover la permanencia en el entorno de las personas mayores con necesidad de atención y apoyo, garantizando una atención integral individual, favoreciendo así su participación en la comunidad y procurando el mayor grado de independencia y autonomía personal. El coste del servicio no supera el 25 % de la renta del usuario y las horas establecidas dependen del grado de dependencia.

«Antes de que Antònia llegara, y con lo que me cuesta andar, pasaba mucho tiempo delante de la tele. Y eso no es vida», recuerda Josefa Blanco, al tiempo que apostilla que no puede quejarse porque sus nietos le llaman todas las mañanas para ver cómo está, «pero el día se te hace pesado hasta que alguien llega a casa y puedes echar un rato de charla».

¿Cuál es la clave del éxito? Maria Antònia explica que, como en toda relación, hace falta un tiempo para conocerse y saber qué quiere o piensa el otro: «El día que empecé a hacerle la cama como quería y cogí el tranquillo a cómo le gustaba que le peinara, todo ha ido rodado», apostilla esta técnico auxiliar de enfermería.

Expansión

El IMAS inicia ahora una ambiciosa ampliación en tres fases hasta 2023. Este año pasará de contar con 55 trabajadores de atención directa a 110. Y el servicio se expandirá de los 17 municipios donde opera ahora –Alaró, Artà, Binissalem, Campos, Capdepera, Consell, Felanitx, Inca, Lloseta, Porreres, Sant Llorenç del Cardassar, Son Servera, Santanyí, Ses Salines y Santa Maria del Camí– para duplicar sus usuarios, pasando de los 130 actuales a 300 a final de 2021, sumando otras 20 localidades más; y así progresivamente hasta 2023, que el IMAS quiere ofrecer el servicio en Palma para llegar hasta los 1.000 usuarios. El objetivo: que los mayores que lo deseen no tengan que salir de casa si no es estrictamente necesario.

Palma 10.

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Bárbara Vaquer, 85 años: Bárbara vive en Artà. Durante su vida ha ejercido de cuidadora de sus suegros, su padre y un hermano. Ahora, con 85 años, y tras haber superado un infarto pulmonar, sufrir la enfermedad de Parkinson y mala circulación, necesita más ayuda de la que puede proporcionarle su marido, de 89 años. Antonia Mas es su técnica en cuidados auxiliares de enfermería, que viene a ayudarla durante tres horas y media diarias.

Es el caso de Bárbara Vaquer, residente en Artà, que ha pasado de cuidadora a necesitar cuidados. «Mi madre ha estado al cargo de sus hijos, de sus suegros, su padre, incluso un hermano. Ahora, con Parkinson, habiendo sufrido un infarto pulmonar y con sordera, ella es la que necesita ayuda; mucha más de la que podemos proporcionarle mi padre, que tiene 89 años, mi hermano o yo», explica Margalida, su hija, que desechó la idea de llevarla a una residencia: «Si mi madre pudo con todo, nosotros también».

Acudieron al SAID y desde hace dos años cuentan con el apoyo de Antonia Mas, que de lunes a viernes va a casa de Bárbara durante tres horas para ayudarla, desde levantarla de la cama, asearla o realizar ejercicios de memoria. «Es una buena paciente, se nota que ella ha cuidado a gente. Y no de deja de repetirnos, ‘ay, las molestias que os causo'».