Los alumnos pasaron poco tiempo en tierra firme. A su llegada, prepararon sus veleros, compactos e individuales y, tras ser informados de los ejercicios del día, así como del estado climatológico, pusieron a flote las embarcaciones y se lanzaron al mar. «Son las horas en el mar las que aportan la verdadera experiencia», afirma Reynés, quien, junto a otro instructor, acompañó a los navegantes manejando una lancha neumática.
Clases prácticas
Los alumnos ya poseen conocimientos de navegación y las clases son esencialmente prácticas. «Siempre he estado vinculada al mundo náutico; de pequeña practicaba vela y quería retomarlo», señala Mercedes, una joven que lleva dos años recibiendo clases. «El tacto que te proporciona una vela ligera no te lo da ninguna otra nave; se lo recomiendo a quien le guste el mar o quiera dedicarse al mundo de las embarcaciones».
Otros se interesan por las clases cuando quieren volver a navegar tras un tiempo, o bien cuando pretenden desarrollar su técnica y potenciar sus habilidades. «Con la vela ligera adquieres más técnica y confianza. Vas solo, debes manejar la caña y la vela, además de saber ejecutar las maniobras necesarias sin ayuda», indica Paco Ruiz, quien ya tenía experiencia en el manejo de la vela de crucero.
Durante la hora y media de práctica, los monitores corregían a los alumnos y, si resultaba necesario, acudían en su ayuda, colaboraban para enderezar el velero si había volcado o les proporcionaban un momento de descanso si se encontraban extenuados, pues se trata de un deporte muy exigente. «De joven navegaba bastante. Quiero recuperar la confianza y adquirir conocimientos; la primera lección es conocer los límites y capacidades de uno mismo», manifestó Phinn Ackermann, otro de los alumnos.
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