En el valle todavía se recuerda el nombre de los gobernadores mallorquines y los gestos del monarca por sus habitantes. | Matteo Badini

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No todos los mallorquines son conscientes, pero hubo un tiempo en el cual el Reino de Mallorca poseía amplias zonas de alta montaña, incluida la Vall d'Aran, en la vertiente norte de los Pirineos centrales. El valle de tradición y habla occitana fue motivo de pugna entre las coronas de Aragón y los capetos, regentes de la actual Francia, a finales del siglo XI. Era territorio de frontera y la disputa venía de lejos. Las dos potencias entre las cuales se encajonaban los territorios continentales del primer rey de Mallorques no iban a ceder.

Ante el desencuentro de Aragón y Francia un papa tomó una solución salomónica y, mientras las aguas volvían a su cauce, nombró a Jaume II de Mallorca administrador fiduciario del enclave hasta que no se dirimiera la cuestión de la soberanía por vía diplomática. El tratado se firmó en Angelers, localidad del Rosselló que como todo el condado pirenaico pertenecía al primer rey exclusivamente mallorquín.

Las fuentes indican que Jaume de Mallorca no fue un mero nombre testimonial en Aran, al contrario ejerció las prerrogativas típicas de un soberano de su época. Tres gobernadores mallorquines vinculados al centro de poder del Rosselló lo rigieron en nombre del monarca mallorquín; Arnau de Sant Marçal (1298-1307), Pere Bernat d'Asnava (1307-1310) y Pere de Castell (1310-1313).

Con él se devolvieron las instituciones tradicionales del valle arrebatadas temporalmente por los franceses. También medió entre las distintas facciones de araneses, partidarios del rey de Aragón o bien de la unión con Francia. No hizo lo que era más sencillo, desentenderse de esas gentes, y en la Vall lo recuerdan como un buen rey. Cuando el rey francés declinó sus derechos sobre el vall d'Aran y terminó el mandato mallorquín de unos quince años –culminado en su último tramo por su hijo Sanç, a su muerte– su huella quedó para los anales en la Querimònia, el conjunto de privilegios otorgados para la zona y en vigor hasta el siglo XIX que mantuvieron la ordenación procesal en materia de derecho penal fijada por Jaume de Mallorca.

Resulta importante no confundirlo con su sobrino y coetáneo Jaume II d'Aragó, conocido como el Just, hijo de su hermano Pere el Gran, señor de Aragón, Cataluña y València, quien desde el principio impugnó la decisión plasmada en el testamento de su padre para arrogarse el dominio sobre todas las tierras que este gobernó, un objetivo que alcanzaría por la fuerza.

Contra su propia sangre

En su momento, años antes de los acontecimientos de Aran, varios litigios habían tensado la relación de los monarcas hermanos, Pere y Jaume, los hijos de Jaume I. Todo estalló en 1285 cuando por sorpresa Pere entró con sus huestes en Perpinyà y Jaume se vio obligado a huir por una alcantarilla y dejando atrás a su mujer e hijos –que fueron apresados– para pedir auxilio al rey de Francia, que primero invadió Cataluña y después fue derrotado. Jaume, quien apostó por aliarse con el máximo enemigo de su propia sangre perdió, quedando así expuesto a una reconquista aragonesa en las Islas y un vasallaje que condicionaría toda su trayectoria.

ALAIOR - RETRATO DEL REY JAUME II.
Retrato del primer rey mallorquín. Foto: Archivo UH.

En aquel entonces Mallorca era una ciudad volcada al mar, la actual Palma, y mucha tierra despoblada. Jaume II de Mallorques, el vasallo de su familiar, regía sobre parte de Ibiza y Formentera, mientras a la Menorca todavía musulmana le exigían un pago de tributos anual. El grueso de su poderío y su corte más pomposa se instauró tras los Pirineos, en los montañosos condados del Rosselló y la Cerdanya, con capital en Perpinyà. Además, era señor de Montpellier y ostentaba la baronía de Omeladès y el vizcondado de Carladès.

Nuestro Jaume II se había formado en París, había crecido administrando su plaza estratégica en mitad del mar, donde protegió a un tal Ramon Llull, senescal antes de vivir las revelaciones que lo hicieron famoso en todo el mundo. Desde sus territorios continentales bien asentados y definidos trató de sobrevivir a los zarpazos de sus vecinos, y durante un tiempo lo consiguió. Sin embargo la suerte de su dinastía estaba echada.

Tiempos convulsos

Los veinte años del reinado de Jaume II de Mallorca se asemejan a un acordeón, siempre en tensión por desprenderse del dominio de sus parientes y vecinos y a la vez acercándose a ellos cuando era imperativo. Su padre el Conqueridor quiso otorgarle el Reino de Mallorca, tierra de frontera recién incorporada de nuevo a la cristiandad, y extender sus dominios con la conquista de Cerdeña, algo que jamás pudo concretar.

Por contra Jaume II de Mallorques emprendió su propio camino, por ejemplo negociando directamente con los mandamases norteafricanos y de la taifa de Granada para beneficiar al comercio de su Isla a pesar de contravenir con ello al propio rey de Aragón.

Tras intensas negociaciones con Abu-l-Baqa Halid, sultán de Bugía, en la actual Argelia, el Reino de Mallorca instauró su primer consulado en dicha ciudad norteafricana, con el fin de potenciar y defender la actividad comercial de los mallorquines en el Magreb. Ello entraba en confrontación con los intereses de la corona de Aragón, que no percibiría así parte de las sumas económicas que los mallorquines abonaban en las aduanas del norte de África. En definitiva, el comercio catalán tendría más dificultades para controlar a los hombres de negocios de la Isla, que vivieron un auge destacado.

La reforma y modernización del reino así como la repoblación de la Part Forana emprendida por el Jaume II mallorquín tenían sus costes. También la construcción y rehabilitación de palacios que impulsó en Perpinyà (Palau dels Reis de Mallorca) y Ciutat de Mallorca (L'Almudaina), así como la Seu.

En consecuencia impuso aranceles a todo aquel que operara sin la ciudadanía mallorquina y creó un nuevo sistema monetario. Eso tensó aun más la relación de poder que ya había quedado definida en el pasado por las armas. Entre muchas voces que exigían boicot, el rey catalanoaragonés era partidario de agotar la vía diplomática.

Finalmente tuvo que pasar un año entero de bloqueo comercial por la fuerza para que el monarca isleño reculara en sus disposiciones que contravenían los intereses de la Corona de Aragón, y especialmente los de la burguesía comercial catalana.

La pacificación y normalización de las relaciones del eje Palma-Barcelona trajo consigo el periodo más próspero de la corta y convulsa historia del Reino de Mallorca, y dio paso a su hijo Sanç, conocido como el Pacífic, que al morir sin descendencia facilitó la reasimilación total del reino como parte de la corona catalanoaragonesa. Como suele decirse, esa es otra historia.