Borja Sánchez posa en el estudio, totalmente insonorizado, que se ha construido en el sótano de su casa. | Teresa Ayuga

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Más allá de repasar su vida tras una mesa de mezclas, hay una narrativa que subyace en la historia de Borja Sánchez. La de quien pelea con uñas y dientes para ganarse el pan con su hobby, su pasión. ¿Se imaginan? El Shangri-La soñado por cualquier hijo de vecino. De momento no le alcanza. Así que cada mañana se enfunda el uniforme de guardia civil, ahora se desempeña en oficinas, pero también se ha pateado las calles. Con todo, Borja sabe que lo bueno empieza al acabar la jornada, cuando, cual Peter Parker, se transforma en Boshan Montes, alias bajo el que produce su propia música, una suerte de deep house neblinoso, genuino y bailable. Defensor de la ley, DJ y productor. Puro anti establishment. Les animo a conocerle un poco más.

El sueño de vivir de la música es una de tantas historias que nacen alrededor de una fogata, o quizá en la intimidad de una habitación, pero que siempre apuntan a las estrellas. Su idilio con la electrónica nació «con apenas 11 años», explica Borja, que a sus 35 años ha atravesado todas las etapas del DJ. Desde currarse un setlist molón a golpe de empuje autodidacta, a pinchar su propia música en los garitos más exclusivos de Eivissa. Tuvo la suerte de nacer en los 80, una época que le ha permitido desarrollarse en paralelo a la evolución de los sonidos electrónicos. Su primera incursión tras los platos fue con 21 años, «gané mis primeros 50 euros, pero no era el dinero sino como me sentí de realizado, ver como bailaba la gente con mi música fue un subidón», reflexiona.

Crear

‘A la hora de crear es importante sentir que tienes veinte años’. La cita es de David Guetta, el DJ productor más exitoso de los últimos tiempos. Puede que Borja no comparta sus fundamentos musicales, pero les une el mismo ímpetu optimista. Cuando habla de música se le ilumina el rostro, reconoce que haciéndola es cuando «más realizado me siento, el tiempo vuela, puedo estar horas, no me canso». Su esfuerzo comienza a dar frutos: su último EP, titulado Traveller, firmado al alimón con su compañero David Balmont «ha tenido muy buena acogida, se ha colocado en el TOP 20 de los discos de deep house más vendidos». Cuando menciona sus logros, lejos de sonar egocéntrico, muestra el aplomo de quien conoce los límites de la profesión, «hoy puedes estar arriba y ganar pasta, pero luego vienen bajones importantes. Ojalá pueda mantener un equilibrio y vivir solo de esto». Para alcanzar su meta, reconoce que es importante «estar bien relacionado y tener presencia en redes sociales», pero, por si acaso, se ha sacado el título de capitán de yate «para desarrollarme en el entorno marino». Energía no le falta.

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Las horas vuelan cuando se planta frente a la pantalla y fluye la creatividad.

Como el rock, como el pop, la polka o el condenado reguetón, la electrónica es una combinación de música, emoción y reacción física, pero también es una cuestión de producción. Consciente de ello, construyó con sus propias manos un eficiente estudio en el sótano de su casa. Totalmente insonorizado, cuenta con un buen equipo que le permite evadirse del exterior para hacer «música digital, aunque algún tema sale en vinilo». La dinámica es sencilla, «un sello te hace un contrato por equis tiempo y ciertos porcentajes, y luego lanzan el tema en diferentes plataformas».