Conversamos sentados    en una mesa de mármol de un bar cercano a la plaza del Olivar, en torno a un café con leche con un sándwich y un cortado. | Click

TW
2

El domingo por la mañana, a la salida de misa de Sant Miquel, nos la encontramos en la puerta de la basílica palmesana. Diana, princesa de Orleáns, conocida como Diana de Francia, además de duquesa de Würtemberg a raíz de su matrimonio con el duque Karl de Würtemberg, apoyándose en un bastón, al reconocernos –pues hacía mucho tiempo que no nos veíamos– aceptó tomarse algo y charlar un rato, cosa que hicimos en un bar, frente al mercado del Olivar. Como la terraza estaba ocupada, nos sentamos en una mesa del interior. Ella pidió un sándwich de jamón y un café con leche, y un servidor, lo de siempre: un cortado.

«Vivo porque creo en Dios»

Nacida en Brasil, ya que sus padres, los condes de París, se habían exiliado allí, Diana de Francia ha visto cómo ha cambiado su vida de dos años a esta parte, concretamente a raíz de la muerte de su esposo, el duque Karl, óbito que tuvo lugar el 7 de junio de 2022. Por una parte –cuenta–, «el pasado mes de noviembre me caí por la escalera del castillo de Altshausen, donde sigo viviendo. Eso sucedió sobre las dos de la madrugada, como nadie escucho la caída ni mis voces pidiendo auxilio, quedé tumbada en el suelo, sin apenas poder moverme, hasta las siete. Como pude, me acerqué hasta el teléfono y llamé a mi hijo, que me llevó al hospital, pero a causa de una hemorragia que se produjo dentro de mí por los golpes que me di en la caída, no pudieron operarme. Gracias a mi amiga, Monse Gascón, que se desplazó desde Barcelona a nada que supo lo que me había pasado, pude recuperarme, pues me pasó su energía, pudiéndome operar el 24 de enero, yendo todo muy bien… Hasta que un día, bajando en el ascensor, noté que se bloqueaba la parte derecha de mi cuerpo y… Pues que me caí. Me sentí paralizada y me caí. De nuevo al hospital, y de regreso al castillo me pusieron una enfermera que venía a verme y a ayudarme. Tres meses después, poco a poco, volví a caminar… ¿Y sabe por qué me salvé las dos veces? Porque creo en Dios. Y gracias a él estoy aquí».

Nos cuenta que está viviendo en un hotel muy tranquilo de la calle Sant Jaume, que regresa a Altshausen a mediados de esta semana y que entre sus planes está el alquilar una casa en Palma, ya sea en el campo, cerca de la ciudad, ya sea en esta, pero en una zona tranquila. «El lugar que busco ha de ser grande, pues en él quiero tener mi attelier, ya que sigo pintando».

Para caminar, Diana necesita de la ayuda de un bastón.

Años difíciles

Abriendo un paréntesis, Diana nos recuerda que viene a Mallorca desde hace más de cincuenta años, y que, además de un barco, el No lo sé, ha tenido tres casas en la isla, Zherezade, en Calvià, a un tiro de piedra de dónde estaba el primer Casino, la segunda, La Perla, a medio camino entre Andratx y el Port, y la tercera, Flor de Lis, en la carretera de Establiments en dirección a Esporles.

«Por ello –dice– me siento muy a gusto aquí. Y también por el clima y la gente».

Nos cuenta más adelante que el 21 de octubre tiene un juicio en Alemania, en el que se pueden decidir muchas cosas.

«¿Sabe…? Mi nieto, Federico, primogénito de Federico, mi hijo mayor, que murió en un accidente cuando con su coche intentó adelantar un tractor, estrellándose contra otro que venía de frente, se convierte, al haber fallecido su padre, en el duque, es decir, el sucesor de mi marido. Y mi nieto, de 30 años, no me quiere en Altshausen. Y como mi nieto, es el heredero –repite–, el que manda… Pues si no me quiere en el castillo… Donde yo tampoco quiero estar, ya que únicamente cuento con el apoyo de mis hijos, Eberhard, María, Felipe, Fleur y Miguel. Pero, insisto, el que manda es mi nieto. Es el heredero, el duque… Por eso iremos al juicio el día 21, y si el juez me dice que me quede en Altshausen, me iré igualmente, pues no quiero seguir aguantando más esta situación, que no es otra que la de vivir prácticamente en soledad, en mi habitación. Así que pediré que la pensión que me pasó mi marido me la paguen en Palma, a dónde vendré a vivir, a rehacer mi vida, a recuperar amigos, a conocer artistas y a seguir pintando… Y puede que de vez en cuando vaya a Altshausen».

La voluntad de su esposo

Diana, mujer de mucho carácter, que ha sabido salir de situaciones difíciles a lo largo de su vida, es consciente de que si se viene a Palma, va a dejar en Altshausen, además de familia y gente que la quiere –«entre ella, gente del pueblo», añade–, muchos recuerdos, pues desde que se casó en 1960 con Karl, duque de Würtemberg, vive allí.

Con su esposo, el duque Karl de Württemberg, en Mallorca.

«Si mal no recordamos –le decimos–, hace años mandó construir cerca de los jardines del castillo un mausoleo para ser enterrados su esposo y usted… ¿Está en él su marido?». «No, ya que antes de morir me dijo que cuándo llegara el día, que le enterráramos en la cripta de la capilla de San Miguel, del castillo de Altshausen, pues no quería estar solo en el mausoleo mandado construir por mí, frente al cual, a veces, sobre todo en los últimos años antes de morir, se sentaba a meditar, pero que cuando yo muriera, y me enterraran en él, que le sacaran de la tumba y le enterraran a mi lado, y… Pues que él sigue estando en la capilla y cuando yo muera, espero que estemos juntos en el mausoleo, como dejó dicho» Mientras tanto, a Diana la vamos a ver mucho por Mallorca, entre otras cosas porque aquí vivió años muy felices.