Desde principios de febrero, España carece de un interlocutor cualificado en el Reino Unido. El diplomático que había estado al frente de la Embajada, Carlos Bastarreche, alcanzó la jubilación al cumplir en noviembre los 70 años. El Ministerio de Asuntos Exteriores decidió mantenerlo durante unas semanas, pero el Consejo de Ministros acordó su cese el 2 de febrero. Desde entonces, la Embajada española en Londres sigue vacante y es atendida por un cónsul. Este incomprensible vacío se produce cuando España, con directa incidencia para el conjunto de Baleares, se juega gran parte de la temporada turística con los semáforos del Gobierno de Boris Johnson que marcan los destinos seguros.
Un jarro de agua fría para Baleares.
Sin embajador en el Reino Unido, el Gobierno británico calificó a toda España el 7 de mayo con semáforo ámbar, un mazazo para la industria turística de Baleares al ser incluidos entre los países con la recomendación de no viajar por ocio y las exigencias de guardar cuarentena diez días al regresar a Inglaterra y aportar tres test negativos. Esta clasificación, que será revisada el 7 de junio, valora el porcentaje de población vacunada, la tasa de infección, la prevalencia de nuevas cepas y el acceso a datos científicos y secuenciación genómica fiable.
Diferenciación por regiones.
Todas las expectativas están puestas en la aplicación, por el Gobierno británico, de criterios diferenciados por comunidades en la revisión del 7 de junio. Y que, en el caso de Baleares, valore su situación de riesgo bajo por la disminución del número de contagios. Pero el Gobierno Johnson también tiene en cuenta el número de vacunas administradas y Baleares se encuentra a la cola, con un porcentaje del 36 por ciento por cada 100 habitantes, por debajo de la media española, que es del 45 por ciento. Precisamos un embajador en Londres que sepa defender esta diferenciación por regiones para que nuestras Islas obtengan el semáforo verde.
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