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La imagen inédita de un exjuez como Manuel Penalva sentado este jueves en el banquillo de los acusados en Palma y declarando por primera vez como imputado por una serie de delitos muy graves -en la instrucción del ‘caso Cursach’- debería ser motivo de una profunda reflexión a todos los niveles. Esa fotografía ignominiosa no tendría que volverse a repetir en la historia de Balears porque significa que el sistema ha fallado y que durante mucho tiempo las cosas se han hecho de una forma, como mínimo, irregular. La Justicia no puede sufrir un descrédito tan profundo, a pesar de que ahora en algunos sectores se argumente que el hecho de que un juez sea juzgado dignifica al colectivo porque implica que no hay intocables.

El mundo al revés.

La secuencia de Penalva sentado en el banquillo de los acusados es impactante por muchos motivos, pero sobre todo porque es la fotografía del mundo al revés. Los magistrados deben impartir justicia, nunca estar en el otro lado. El caso, además, es mucho más serio si tenemos en cuenta que tanto Penalva como su mano derecha, el exfiscal Miguel Ángel Subirán -también sentado en el banquillo de los acusados- gozaron de unos poderes especiales durante muchos años, que les permitieron detener e imputar a infinidad de policías, funcionarios y empresarios.

Mantener las mentiras.

Llegados a este punto, si algo ha quedado muy claro en este proceso es que los testigos estrella de Penalva y Subirán (’El Ico’, la madame, o el testigo 29, por citar a algunos) mintieron de forma compulsiva y continua para meter entre rejas a muchos inocentes. Sin embargo, ayer Penalva volvió a insistir en que personas con una credibilidad nula como ‘la madame’ habían dicho la verdad. Seguro que el tribunal tendrá muy en cuenta que los instructores ahora sentados en el banquillo, lejos de reconocer sus trágicos errores, siguen enrocados en justificar aquellos desmanes.