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Aunque parecía imposible, la guerra en Ucrania está escalando y la llegada de nuevos misiles -por un lado, los ATACMS norteamericanos autorizados por Biden y, por otro, los balísticos hipersónicos de Putin- está llevando el conflicto a límites muy preocupantes. Han pasado más de mil días desde que Moscú invadió el país vecino y las negociaciones de paz están estancadas, sobre todo después de que en agosto una contraofensiva sorpresa de las tropas de Kiev ocupara buena parte de la provincia rusa de Kursk. El Kremlin ni se plantea ceder territorio, por pequeño que sea, a Zelenski, de forma que la maquinaria rusa está ultimando un ataque a esa ciudad, apoyados por 10.000 soldados norcoreanos, que le permita recuperarla. Ha llamado poderosamente la atención que el presidente de Estados Unidos, a unos meses de su salida de la Casa Blanca, haya permitido que sus misiles de largo alcance sean usados contra Rusia. La jugada, como era de esperar, ha enfurecido a Putin, que ha respondido lanzando un misil balístico hipersónico de última generación contra Ucrania. Un aviso a navegantes.

Un avispero peligrosísimo.

Así las cosas, la guerra en Europa está en un momento de tal tensión que se trata de un avispero peligrosísimo, tal y como advierten los principales analistas. Cualquier error de cálculo de uno u otro contendiente puede hacer volar por los aires cualquier posibilidad de paz en la zona, justamente ahora que la inminente llegada al poder de Donald Trump había permitido soñar con esta posibilidad.

Las armas nucleares, de fondo.

Y como fondo de esta tragedia, Putin no deja de advertir que puede utilizar armas nucleares si la integridad rusa se ve amenazada. Si los mandatarios internacionales no demuestran más sentido común, la guerra en Ucrania se puede descontrolar y arrastrar a otros países. Con consecuencias imprevisibles.