Que Pedro Sánchez es un político fascinante está fuera de duda y, tras las elecciones generales, ha vuelto otra vez a demostrarlo. El Gobierno de coalición que tanto él mismo, según dijo hace escasas semanas, como “el 95% de los españoles” rechazaba de plano porque le impediría “dormir tranquilo” ahora vale. No me dirán que no sea fascinante un tipo que miente con ese arrojo y desparpajo y que sin embargo lidera el PSOE y el Gobierno nacional a pesar de no tener ideología, principios ni escrúpulos. Merecerá sesudas tesis doctorales en tiempos venideros.
El personaje es también, por esa ausencia de valores tan suya, el único que puede encarrilar un proceso de potencial salida al bucle catalán. Servidor ya lo he analizado otras veces. Cuando todo era potencial. Ahora ya hay algunos aspectos en acto que conducen hacia la misma conclusión. En primer lugar, la propia existencia de una coalición PSOE-Podemos y demás. En segundo, los movimientos de ERC desmarcándose -por nebulosamente que algunos pretendan que sea – del ultranacionalismo puigdemontista -. Y tres, el activo PSC en el pacto Sánchez – Pablo Iglesias. Y como consecuencia de todo ella, se abre la posibilidad de una negociación seria, o sea sobre posibles objetivos y no ensoñaciones.
En efecto, que exista un acuerdo entre PSOE y Podemos era el paso sin el cual nada hubiera sido posible y todo se hubiera atrasado al menos muchos más años. Al vislumbrarse un Gobierno mixto entre socialistas y morados la reivindicación de la plurinacionalidad de España entra en el poder ejecutivo. Claro que Iglesias no volverá a reclamarla en público ni hará ostentación de esa reivindicación. Pero es suya y seguirá vigente. No es baladí: por primera vez en la historia del Estado Español – o sea, desde la unión dinástica de 1469 y dejando de lado ahora disquisiciones historifílicas sobre si aquello fue tal que la fundación de un nuevo Estado o si no-, entrará en su Gobierno una parte que aspira a repartir la soberanía nacional. De ahí la relevancia del paso dado. Que no implica nada por fuerza para el futuro inmediato pero sin darlo sería imposible avanzar.
En segundo lugar, ERC ha invertido riesgos importantes para situarse en una posición en la que cuando se diera el primer paso ella estuviera preparada para actuar en correspondencia. Es la parte más peliaguda de todo. Ni puede decir lo que quiere, ni puede dejar sospechar lo que ha negociado con Sánchez a través de Iglesias, ni puede moverse demasiado contra el puigdemontismo todavía ni puede dar ninguna seguridad sobre nada. Así que todo está en el aire, por su lado. Pero se ha movido lo suficiente como para que Podemos y el PSOE vean que lo ha hecho, aunque a vista popular no se perciba y a vista mediática madrileña no quiera verse. Al respecto puede llegar a ser muy importante si Junqueras fuera confirmado judicialmente como eurodiputado. En cualquier caso, ERC se ha movido y en el complicado tablero de juego las piezas ya están dispuestas para encajar con las del nuevo Gobierno nacional, a la espera de las elecciones autonómicas catalanas que deberían -según confían, desean e incluso desesperan porque así sea los actores en juego- confirmar la primacía en urnas de ERC para así alumbrar una nueva fase en Cataluña, alineándose por tanto Barcelona con Madrid por primera vez desde hace una década. Hay que insistir: nada está asegurado, todo depende muchas circunstancias, pero por primera vez en mucho tiempo se dan las condiciones para la negociación.
Y en tercer lugar, el papel del PSC, que ha sido esencial en los movimientos discretos habidos tanto en Madrid – con Podemos y con el PSOE – como en Barcelona – con ERC -, está preparado también para aprovechar las consecuencias de la existencia del nuevo Gobierno nacional y espera que se concrete que haya otro también nuevo en Barcelona, en el que aspira a participar, que abra la lata de la negociación que hasta ahora se ha mostrado imposible de atacar.
¿Qué se negociará? Un nuevo estatus político para Cataluña, un premio para el independentismo si se quiere ver así, pero al fin y al cabo una salida. No una solución. Porque ésta no existe. Sólo una salida para que España – ya se verá qué España – siga existiendo medio siglo más. ¿Que esto será muy poco? Bueno, depende de cómo se mire. Dado el panorama existente ahora mismo -con la justicia más importante del país a punto de ser enmendada, una vez más, por Europa; con el creciente desafecto internacional hacia la calidad de la democracia española; con la debilidad extrema del Estado que sólo forzando leyes que en otras democracias no existen es medio capaz de aguantarse; con la amenaza fascista creciendo en las urnas…. - no parece en absoluto poca cosa. De la potencial solución van a excluirse por un lado la extrema derecha que ancla el PP es la imposible aceptación -con Borbón incluido, pero sin capacidad de veto - y, por otra parte, el puigdemontismo. Se da por hecho y no impedirán nada.
Nada está escrito. Pero las elecciones del 10 de noviembre han entreabierto la puerta a una salida para Cataluña y para la existencia de la nueva España.
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