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Mal, pero que muy mal, estaba la situación. Se pretendió enderezar, al decir de los habituales corifeos, con una espectacular pirueta del genio de Sánchez , con un cambio de nombres en el Gobierno. Y, ni aún así. La panacea utilizada ha debutado envuelta en la polémica, la desconfianza, la inexperiencia y la sensación de que ha sido peor el remedio que la enfermedad. No basta con las muy artificiosas sonrisas de las nuevas ministras, ni con la juventud de sus miembros ni tampoco con la abundante presencia femenina. Todo sigue peor que peor.

Primer tropezón y muy gordo: la crisis cubana. Ni Sánchez ni sus discípulos han tenido el coraje de utilizar el término: dictadura. Tal benevolencia con la dictadura de izquierdas contrasta con la realidad manifiesta y denunciada por todos los gobiernos del mundo. Este PSOE sigue sin entenderse con la libertad de los ciudadanos, discrimina a los regímenes políticos en función de colores, se manifiesta con autoritarismo y se desacredita ante todos, ya en el momento de empezar a andar. ¡Una pena!

Segundo y estrepitoso varapalo: el primer estado de alarma no fue ajustado a la legalidad constitucional. Han saltado como panteras contra el Tribunal Constitucional. ¡Qué espectáculo tan bochornoso! Encima, no tienen escrúpulos en desprestigiar la institución, como en tantos otros casos, si no obra conforme a sus dictados. Pero, ¿qué entiende el ‘sanchismo' por democracia y división de poderes? Esta es la gente que nos gobierna y dirige al país hacia el precipicio. Es inútil negarlo o disimular. La realidad es muy tozuda.

Uno siente vergüenza ajena al contemplar hasta que punto personas de notable prestigio intelectual y jurídico desbarran por dulcificar la actitud de Sánchez que, a decir verdad, siempre se halla en disposición para hacer de la legalidad un sayo. Llegan, incluso, a negar la evidencia. Ya lo dijo Guadalupe Sánchez en Vozpopuli : «La elección del estado de alarma no fue casual, sino muy meditada. Porque confiere al Ejecutivo poderes extraordinarios que le permiten gobernar sustrayéndose del control del Congreso y de los tribunales ordinarios, mientras que el estado de excepción somete la actuación del Gobierno a un control parlamentario mucho más intenso».

Ese control es lo que quiso evitar, a toda costa, el propio Sánchez. El problema no han sido las medidas adoptadas para hacer frente a la pandemia. El problema ha residido en el instrumento utilizado de acuerdo con las previsiones del art. 116 CE: estado de alarma en vez del de excepción. El TC no ha permitido que, con el pretexto de la pandemia, se desbarate al Estado de Derecho. Así de simple y claro y así de vergonzoso.

Imagínense la que ahora estaría montando el ‘sanchismo', Podemos y todos cuantos apoyan a este desnortado Gobierno, si el mismo grave desliz lo hubiese cometido el PP. No se oiría otra voz en este país que no fuese la petición de dimisión del mandatario ‘pepero'. Pero, la realidad de lo ocurrido no se modifica: Sánchez escogió intencionadamente el estado de alarma, metió la pata hasta el corvejón y violó la legalidad constitucional. Por ello, él mismo cavó su tumba. Y, como en cualquier democracia respetable, debería irse a su casa y convocar elecciones. Pero, tranquilos, que ni lo ha hecho ni lo hará.

Tercer fuera de juego: la estabilidad económica. Un imposible con este Gobierno. Tal objetivo reclama rigor presupuestario y libertad para emprender. Lo vienen diciendo los economistas más respetables y de diferente color. Sánchez debiera saber que con comunistas y populistas de izquierdas tal pretensión es inútil. El pueblo no le perdonará que esté llevando a España a la quiebra. Mal que le pese, la esperanza sólo radica en la alternativa, que, hoy por hoy, representa el PP, si éste no vuelve a caer en pasadas corrupciones.

Así son las cosas, guste o no. El cambio de Gobierno ya ha sido amortizado. El resto irá apareciendo por añadidura.