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Uno de los cuentos más representativos de García Márquez es La historia se repite, que, a buen seguro, no conocerá la inmensa mayoría de la izquierda española. Precisamente por ello, se apresta afanosamente a repetirla, como protagonista diario. Si nos creyésemos su machacona y mentirosa charlatanería al respecto, nada en la más absoluta contradicción.
«Las calles, nos dice el gran ensayista catalán Mauricio Wiesenthal (El derecho a disentir, 2021), se nos han llenado de fantasmas ideológicos. Tribus sin dioses y sin reyes que han ocupado los lugares de la civilización, entronizando su ignorancia y su odio al pasado». Esta valoración, lejos de ser ‘intempestiva', se ajusta perfectamente a la realidad de la España actual.

Me indigna sobre manera que, con una cierta complicidad de muchos, tanto de la derecha como de la izquierda, estemos inmersos en la sustitución de una cierta civilización, pareja a la entronización del odio y la ignorancia. Me causa pavor que estemos empeñados en imponer una nueva sociedad y hacerlo con malas artes, con métodos antidemocráticos, con la mentira y la manipulación como banderas y empobreciendo aún más a los más pobres. Es tan fanático y sectario el proceder del Gobierno social comunista, que no es raro encontrarse con gentes de izquierda alarmados y formando parte del club de la ‘España cabreada'.

No me resisto a recordar a la ‘piadosa' Yolanda alguna de las cosas que me temo no compartió con Francisco: «Sacar a los ciudadanos a quemar las calles para impedir el gobierno democrático en un país, o acosar a un niño de cinco años, o proteger a un pederasta por muy militante de tu partido que sea, o impedir el libre juego parlamentario de la oposición, o tapar los abusos a menores en Baleares, u ocultar lo que sabían de la COVID para celebrar el 8-M, o blanquear a terroristas que mataban a todo tipo de personas, o comprender la violencia y apoyar a los golpistas, …» (Bieito Rubido). Esto es lo que importa, el cómo se gestiona y se comporta como gobierno. Y esto es lo que ha de ser valorado en un gobernante. Lo demás, como si se confesó con el Papa, pertenece a su fuero privado.

Respecto a las cuestiones de política social, que, según su propia manifestación, sí trató con Francisco, me parece que, una vez más, ha demostrado, que sabe equivocarse sola. Creo que no ha buscado buen interlocutor. ¡Ojo, al Cristo!, Sra Vicepresidenta. El Papa, siento decirlo, «tiene una visión de política económica que suma fracasos, crecimiento de la pobreza y situaciones de callejón sin salida» (El País, periódico uruguayo). No hay más que volver la mirada a Argentina o a Cuba. ¿Es esto lo que su gobierno persigue para la economía española?

En la anterior perspectiva, vuelvo de nuevo a Wiesenthal: «… ya se sabe que, para destruir sin guerra una provincia o una nación, no hay más que sembrarla de mantenidos y holgazanes. Y más aún en la democracia, cuando (…) es inevitable regalarles simultáneamente a los mantenidos y ladrones el provecho de elegir a sus mantenedores». Juicio severo, pero acertado. Y, luego, acusan al resto de corromper la función. ¿Acaso tanta subvención y tanto crecimiento del empleo público no esconde, presuntamente, una forma sibilina de corrupción? ¿Quién, a la vista de cómo se reparte, por ejemplo, el dinero de Europa (el 70 % va a los alcaldes del PSOE), no piensa en una presunta compra del voto?

Por su comportamiento contra el pueblo, les tengo que recordar el verso de Dante: «No se piensa cuanta sangre cuesta» (Paraíso, XIX, 91) o las más recientes palabras del presidente uruguayo en México: «Que no siga corriendo la sangre, por querer pensar diferente. ¿Quién le dijo que Cuba es de ustedes, si mi Cuba es de toda mi gente?». ¡Qué fácil es destruir lo que tanto ha costado! También a mí, como Wiesenthal, «me escandaliza profundamente un mundo que no se fundamenta en el valor del mérito, de la excelencia, del esfuerzo y del trabajo».