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Esta noche he soñado que era un genealogista que investigaba el linaje del personaje más popular de estas últimas semanas, Vladimir Putin. A decir verdad, sabemos muy poco de su vida personal y familiar, lo cual no es de extrañar en una geografía en la que la información es muy cara. Nuestro protagonista se llama Vladimir, que es como Pepe o Paco en nuestro nomenclátor castellano. Su apellido es lo que no tiene desperdicio. Todavía recuerdo las caras de la gente cuando el ruso de marras llegó al poder y su nombre empezó a sonar en nuestro mundo. Porque Putin no suena nada bien en ninguna de las lenguas romances. Claro que este personaje no tiene la culpa de llevar ese apellido. Como aquí, en Rusia los apellidos son heredados y se transmiten de forma generacional. El padre de Vladimir Putin se llamaba Vladimir Putin y su madre María Putina. Casos como éste justificarían una ruptura con las tradiciones más ancestrales.

Vladimir Putin estuvo casado con Liudmila Putina, graduada en filología española. El matrimonio duró treinta años hasta que se divorciaron. Tienen dos hijas, María Putina y Yekaterina Putina. La primera adoptó el apellido de su marido antes de divorciarse. La segunda, que parece inteligente, se lo cambió hace unos años por propia voluntad. No tengo noticias de que estas hijas de Putin tengan descendencia.

A nuestro protagonista se le han atribuido romances con otras mujeres. Muchos medios de comunicación le acusaron de tener una descendencia alternativa. Sin embargo, no se ha podido demostrar que esos descendientes alternativos sean verdaderos hijos de Putin. En realidad, a los hijos de Putin solo los conoce la madre que los parió. Pronto aparecerán candidatos reclamando el apellido y de paso, una parte de la herencia. Siempre habrá alguien dispuesto a llevar un apellido obsceno por dinero.