Hace unos 50 años, 47 para ser precisos, siendo yo muy joven se me ocurrió casi de golpe y hasta el menor detalle un relato de terror magnífico; el mejor relato de terror jamás escrito, y de eso sabía yo mucho por entonces. Se titulaba El sitio, un título perfecto, realmente escalofriante, que sin decir nada, lo sugería todo. El abecé de la angustia y el terror. Había calculado, con cierto margen para la improvisación y para luego poder tachar con prodigalidad, cinco o seis páginas muy densas, más o menos 2.900 palabras, porque un relato breve, si buenísimo, tiene que ser más breve aún. La gente se acostumbra enseguida al terror, y si la narración se alarga, se desinfla.
El objetivo básico era no estropear el título, no explicar el sitio ni describirlo, nada de elementos macabros (manchas, ruidos, sombras, rastros, instrumental) ni recursos escénicos por el estilo, pues un sitio realmente espantoso no los precisa, y lo evidente da menos miedo. Sí caben breves diálogos sobre el sitio, pero sin decir nada, porque según el principio de Wittgenstein, de lo que no se puede hablar, mejor callarse. Y del horror, como sabía Conrad, no se puede hablar. En fin, así era ese sitio. Lo escribí hace 50 años, lo corregí mucho; nada, no salió. Deduje que no era bastante mayor, no sabía suficiente, pero cuando dos décadas después y ya en la flor de la edad (adulta) lo intenté de nuevo, el resultado fue aún peor.
Hice dos versiones nuevas, una demasiado explícita y otra harto incomprensible, y me llevé un serio disgusto sobre mi talento literario. Conocía el sitio con pelos y señales, pero no lo sabía escribir. No a mi gusto. Y eso que mi gusto no era el mismo. Pues ni así. Huelga decir que muchos años después, al borde de la ancianidad y tras encontrar esas páginas fallidas durante una mudanza, lo probé por tercera vez. Me impulsó la certeza de que mis habilidades ya no mejorarían, y también el haber leído La sección, novela breve del escritor transilvano Ádám Bodor, que si bien no tiene nada que ver con El sitio, respira (jadea) parecido. Y tampoco. Nada, que no me sale. ¡50 años echados a perder! ¡Por 2.900 palabras! Lo cuento ahora por si las quiere escribir otro.
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