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Los sabios antiguos, de Oriente o de Occidente, llamaban al sexo (digan género si lo prefieren) la gran broma de Dios, y muchos escritores lo han repetido después. Un bromazo pesadísimo, menudo regalito envenenado. Y escabroso, además de irracional y muy machista, desde luego. Porque si bien es la fuente de algunas de las poquísimas alegrías de la vida (otra afirmación machista), también lo es de innumerables desdichas, y lo uno nunca compensa lo otro. Una broma cruel, de pésimo gusto. Una estafa continuada. Si Dios quería que riésemos, y le viéramos la gracia, podría haber afinado un poco más. Pero no le dio la gana, hay que joderse. Así que la colosal gamberrada del Padre Eterno también se hizo eterna, y en esas estamos aún. Desde joven estuve convencido de que si alguna vez los hombres y las mujeres (y demás géneros, cómo no) ya no podían ni bromear acerca de esta jodida jugarreta de Dios, el mundo tendría los días contados, y todo se iría a la mierda. Porque no hay forma racional de tomarse este asunto en serio, y lo único inteligente que se puede hacer con tamaño bromazo divino es reír. Por no llorar, naturalmente. Y he aquí que de un tiempo a esta parte, cuando tras algunos milenios al fin nos habíamos quitado de encima el peso eclesiástico del tema, y su lúgubre gravedad a fin de afrontarlo con cierta ligereza, resulta que ahora preferimos llorar. Nada de bromas con eso, ni chistes ni sobreentendidos. Son machismo puro, y grosero. Así que lo dicho, si ya no se puede ni siquiera bromear a cuenta de la tremenda broma de Dios (o de la naturaleza), es que el mundo se acaba. Un ridículo apocalipsis sexual, del género tonto. Todo son lloros. Dios se debe estar desternillando, propinándose grandes palmadas sobre los muslos. Personalmente y a mi edad, comprenderán que esta irrisoria calamidad me trae sin cuidado (sí, es machista decirlo), y ni siquiera lo lamento por las generaciones más jóvenes, o por las futuras. Que se las apañen. Allá ellos si no aguantan una broma. Que sollocen, si se divierten sollozando. A fin de cuentas, esto ya fue así durante miles de años; algo muy serio, muy grave, transcendente. Sólo para autoridades académicas. Menuda bromita.