Medir el tiempo, a sabiendas de que está tomado por la relatividad y que es la materia prima de la vida, no es fácil. Ciertamente los relojes se inventaron con esa intención. Mas, el primer problema que se plantea, dado lo enigmático del tiempo, es no saber con precisión qué es lo que vamos a medir (el objeto de la medición). Y en segundo lugar entender el resultado. Pues los minutos y demás magnitudes cronológicas no son lo elocuentes que debieran. Cuanto mayor es la cantidad de tiempo a medir, mayor será el margen de error. Y otro problema nada desdeñable es que el tiempo lleva ínsito como contrapartida el espacio.
García Marquez, en Memoria de mis putas tristes, trata el asunto a través de la intemporalidad, que sitúa entre lo fatal y lo fantástico. Haciéndolo a través de la historia de quien quiere celebrar su nonagésimo cumpleaños en un prostíbulo… ¡Qué ya son ganas! Además de las extravagancias fantásticas del realismo mágico del Gabo más genuino, apunta algo útil para la reflexión acerca de la medida del propio tiempo, la edad; señalando que: «La década de los sesenta fue la más intensa por la sospecha de que ya no quedaba tiempo para equivocarse». Es comprensible que cuando ya no le caben a uno más equivocaciones en la mochila ha de procurar andar con mucho tiento y, a ser posible, abandonando la mochila en cualquier esquina. En esta época de mi vida parece que las jugadas, mejores y peores, cristalizan, quedando definitiva e indeleblemente escritas en la hoja de servicios de la historia personal. La que debiera constar en la correspondiente ficha de la historia universal, aunque fuera como enésimo anexo; donde debiéramos figuráramos todos. Condición necesaria para la universalidad.
A mí, entonces me embargó la sensación de que el partido ya se había jugado… Pero, que, al haber resistido, la situación era de empate; razón por la cual procedía seguir jugando, en prórroga; hasta que faltaran las fuerzas. Una prórroga puede durar más o menos; es lo propio de esos periodos. En cuyo espacio, sin embargo, pueden tener lugar las mejores sensaciones, emociones y jugadas maestras. No es inusual que en las prórrogas se juegue mejor y sean más emocionantes que las partes regulares precedentes. La última oportunidad es como la primera, única e irrepetible, aunque más emocionante por el aporte de experiencia que la acompaña. Mas, en eso del tiempo personal, materia prima o básica de lo que llamamos vida, hay un indudable fatalismo por la inexorabilidad de la existencia.
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