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Cada nueva operación en Son Banya debería llamarse San Agustín con distintos ordinales. Recuerden que el santo sabio caminaba por una playa intentando averiguar cuál era la naturaleza de Dios. Se encuentra con un niño ante un agujero en la arena. El chaval lleva una concha en la mano y vuelca con ella agua de mar en el hoyo. «¿Qué haces?», le dice San Agustín. «Vaciar el mar», contesta el niño. El santo, en lugar de dejar que el crío siga a su bola, le explica que es algo estúpido vaciar el océano con una concha. El crío replica al santo algo así como que más tonto es intentar con una cabeza de hombre tratar de comprender a Dios y con eso se han escrito más libros de teología que crónicas periodísticas con operaciones en Son Banya.

Así, cada vez que la Policía Nacional, la Guardia Civil, la Fiscalía y los jueces hacen su trabajo y con un gran esfuerzo montan un operativo contra un clan del poblado, se parecen al niño con la concha. Dentro de un año o dos habrá otra operación. En el hipotético caso de que las administraciones de una vez eliminen esa vergüenza que supone la mera existencia del asentamiento tampoco se habrá solucionado el problema. Cualquiera que tenga ganas de adquirir cualquier tipo de droga en cualquier punto del mundo en un momento dado podrá conseguirlo. Le costará más o menos, pero el mercado negro se lo suministrará.

No será demasiado esfuerzo en cualquier país europeo o Estados Unidos. El sistema se ha convertido en un círculo vicioso sin posibilidad de avance y sin voluntad de que se produzca un cambio. Habrá nuevas operaciones, problemas graves en países corrompidos por el narcotráfico que no importan mucho porque están lejos y se podrán seguir escribiendo artículos en los que aparezcan a la vez San Agustín y ‘La Paca’ o ‘Los Bizcos’, que son ocasiones que en ningún caso se pueden desperdiciar.