Hace unos años, muchos ya, la vida me regaló un infarto. Digo me regaló porque fue un regalo que me abrió los ojos a la verdadera vida. Tras décadas de ir y venir tras las cosas urgentes, esa inesperada cita con la parca me hizo ver que nada de lo que hasta entonces me había parecido importante lo era. Encontrarte solo, tener por única compañía un montón de médicos y enfermeras a los que no has visto en tu vida, saber que todo puede acabar ahí sin tener la oportunidad de despedirte de las personas a las que quieres, de esa última mirada, de ese abrazo o esa última frase cogiéndoles de la mano, te hace ver que han sido muchas, demasiadas, las oportunidades de dar amor y cariño que has dejado pasar a lo largo de tu vida. Y te das cuenta de que esas eran las cosas que verdaderamente importaban, porque son las únicas que te acompañan en ese momento de absoluta soledad. Pocos días después, ya en casa, el cardiólogo me recomendó que saliese cada mañana a pasear. No a ir a aquí o a allá, sino a pasear. Nunca olvidaré mi primer paseo.
Paseando con mariposas
Palma18/08/22 3:59
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