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Las rupturas de hoy son las alianzas de mañana porque de no ser así los partidos de la izquierda se quedarían siquiera sin la posibilidad de optar al reparto que conlleva el poder, consellerias, direcciones generales, asesorías y un extenso catálogo de puestos de trabajo públicos que garantizan las holguras económicas de las que disfrutan sus militantes en la actualidad. El detonante de la crisis ha sido la millonaria aportación económica al Real Club Deportivo Mallorca, una iniciativa respecto de la que están por explicar las razones por las que Consell de Mallorca, el Ayuntamiento de Palma y el Govern destinan 1,8 millones de euros a una entidad privada con ánimo de lucro que además cobra sustanciosas cuotas a los aficionados para adquirir la categoría de socios o abonados. La pretensión de hacer pasar tan generosa subvención como instrumento de promoción turística es una falta de respeto a unos ciudadanos a los que se debe tener en muy baja consideración. Si dudoso resulta que un solo turista elija destino por el nombre del estadio de Son Moix, mucho más lo es que un solo aficionado vaya a decidir el sentido de su voto en función de los apoyos públicos a su club, aunque también es cierto que «hay gente pa tó», según célebre sentencia del torero Rafael el Gallo al conocer la dedicación a la filosofía de José Ortega y Gasset.

La presidenta del Consell, Catalina Cladera, ha concitado en solitario las diatribas de sus socios, Més y Podemos, cuando tanto el alcalde de Palma, José Hila, como la presidenta del Govern, y especialmente Francina Armengol porque en las instituciones no se mueve un papel sin su plácet, son igualmente proveedores de dinero público al club deportivo, como si se tratara de limitar el alcance y los daños del lance de Més que se ha puesto estupendísimo con el viático presupuestario al Mallorca. Aunque su pronunciamiento no sea del todo fiable vistas las circunstancias a las que los nacionalistas se han ido acomodando, tienen razón en que la responsabilidad de las instituciones debería limitarse a la promoción de los deportes de base y los hábitos deportivos. El futbol de élite, en el que compite ahora el club mallorquín, mueve obscenas cantidades de dinero, y nunca la transparencia ha sido una de sus características, como para que encima vaya a disponer de tan cuantiosos fondos para engrosar sus arcas procedentes de los presupuestos oficiales. A lo que hay que añadir el uso en exclusiva de un magnífico estadio municipal. En buena lógica las cosas deberían ser al revés y el Mallorca pagar un abultado alquiler por la tenencia de las instalaciones.

En cualquier caso, de no estar en puertas del comienzo de una prolongada campaña electoral, a partir del próximo otoño y hasta el mes de mayo del año que viene, y la subsiguiente urgencia de los contendientes por hacerse notar ante sus respectivas parroquias, probablemente ni Més ni Podemos habrían abierto la boca ante la decisión del Consell de firmar tan suculento contrato con la sociedad anónima deportiva. De esta manera, la izquierda finge una ruptura que quedará sin efecto justo después de las elecciones para recuperar entonces los acuerdos que los conviertan de nuevo en amigos para siempre, si los números dan. Al final, un teatrillo burdo e innecesario.