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Sin atender a las evidencias recientes de lo acontecido en el Reino Unido, sin tener en cuenta las previsiones que se están haciendo del crecimiento económico español, sin aportar nada concreto, nada, nada, nada, solo la reiteración en bajar los impuestos, la derecha conservadora se empeña en abonar la mentira. El engaño. Es increíble que incluso sus economistas de cabecera persistan en los mensajes que se han revelado como desastrosos para los países que los han aplicado. ¿No se han enterado que el ministro de Economía de Liz Truss ha sido cesado de forma fulminante por sus disparates macroeconómicos? Un ministro selecto: asiduo en los clubs privilegiados de la city, defensor a ultranza de un ultra-liberalismo lacerante para el grueso de la población, tal y como se comprobó con las recetas de su referente inspirador, Margaret Thatcher. Saque usted la carrera en Eton –un epicentro de formación elitista en el Reino Unido– para acabar sucumbiendo ante los mercados que tanto venera.

Los voceros conservadores españoles, sea en Madrid o en comunidades autónomas, insisten con el machaque de la reducción de impuestos como panacea resolutiva, a la par que ningunean cualquier otra medida de política económica. Los estudiantes de primero de Economía tienen más claro el proceso evolutivo, real, tangible, que acontece si esos recetarios son aplicados: los ejemplos al respecto son numerosos, y han generado paro, descohesión social y desequilibrios presupuestarios. No puede ser que no haya economistas con un mínimo sentido común en el PP, un sentido común que ha demostrado el nuevo ministro de Economía del Reino Unido, a saber: ha tirado a la basura los preceptos de su antecesor, estos que reivindican los conservadores españoles, y está enmendando la plana a la premier británica, noqueada en la lona.

La cadena causal de las medidas que propugna el PP es clara: reducción de impuestos, contracción de ingresos, recorte en los gastos, avance del paro, bajadas salariales, todo en un escenario de previsibles nuevas subidas de tipos de interés. Un mensaje equívoco a los mercados quienes, como en el caso del Reino Unido, no van a creerse que se pueda hacer todo eso si no se siegan profundamente las partidas de sanidad, educación y servicios sociales. Demoledor para las clases medias, para la clase trabajadora. Las aportaciones que seguimos escuchando y leyendo por parte de economistas del espectro conservador y por boca de dirigentes de derechas, se enrocan en algo que forma parte más del terreno de la fe que el de la ciencia: deben confiar, se presume, que los mercados, que para ellos siempre son sabios, reconocerán la bondad de lo que proponen. A pesar de que esos mismos mercados –insistimos una vez más– han golpeado fuertemente la mandíbula y el hígado de los postulados ultra-liberales.

La credibilidad de esa doctrina económica está bajo mínimos, a pesar de que los medios más divulgados hagan la ola a sus argumentaciones. Las palestras de perfil más liberal, especializadas en economía, tienen otra lectura: esa munición no sirve, no se aguanta, no soluciona. ¿Hasta cuándo durará este despropósito conservador?