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El pasado domingo, en Barcelona, el presidente del Gobierno reconoció que la derogación del delito de sedición, la rebaja de la malversación o los indultos tenían su riesgo pero que se trataba de normalizar la relación con Catalunya. No, no se trata de Catalunya. El problema es el independentismo y mirando a él, el presidente quiso dar a su intervención un tono casi épico. Asumimos riesgos pero es por el bien de todos. Es cierto que el Gobierno asume riesgos, pero en este vértigo no hay la menor épica en su acepción de acto heroico. No hay épica porque el Gobierno, con su presidente al frente, carece de toda credibilidad. Si algo ha quedado instalado, es que en el fondo prevalece más que ninguna otra cosa el afán de garantizarse el poder tanto en lo que queda de legislatura como para una eventual y futura investidura.

Y esto es así porque el Gobierno no habla claro, porque todo lo deja a la iniciativa ajena, en este caso de ERC, cuando todo está pactado de antemano. Se produce así una farsa que los españoles no tragan, que les irrita y acaban no creyendo nada, máxime cuando desde ERC se ridiculiza al Ejecutivo. Ya han recordado la cantidad de veces que dijeron que no (indultos, sedición, malversación) y al final todo se ha convertido en síes bien rotundos.

Nada épico está haciendo el Ejecutivo cuando se escabulle de los órganos que deben informar sobre la reforma del Código Penal, o cuando incluyen en esta reforma la reforma, a su vez, del TC. La crisis política e institucional es evidente, pero veremos como nuestro presidente sonríe, mientras ERC se sienta a esperar en la certeza de que sus objetivos, se van alcanzando. Hasta sus socios preferentes se toman a broma las negativas del Gobierno. Que nadie se equivoque. No hay ni pizca de heroísmo en la acción del Gobierno. Lo que sí hay es un fervor desmesurado por el poder. Como la culpa de todo, incluido el ‘procés', es culpa del PP, a dormir tan tranquilos que ellos todo lo hacen por el bien de España.