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La mayoría de los hombres sueña con tener, al menos, un hijo varón. Y eso ha sido mucho más exacerbado a medida que viajamos atrás en el tiempo. En lugares como España, que consagran el poder masculino a través del apellido paterno, no tener hijos varones significaba la extinción del linaje principal. Y eso era una tragedia para muchas familias. Sin embargo, tendíamos a creer que en pleno siglo XXI ese tipo de chorradas estaban si no extintas, como mínimo, en vías de extinción. Pero no, parece que el afán por seguir manteniendo en el podio al varón frente a la mujer sigue en pie. Incluso en sociedades tan supuestamente avanzadas como la sueca.

El rey de Suecia, Carlos Gustavo, celebra este año su medio siglo en el trono y lo hace con unas asombrosas declaraciones: «Abolir la ley sálica fue un error y una injusticia» con su único hijo varón. Es decir, que este señor considera que su primogénita, Victoria, llamada a ser la próxima reina sueca, en realidad no lo merece, porque le falta lo que hay que tener: un pene. Esa viene a ser la lectura soez de una realidad igualmente soez: el rey de Suecia sigue pensando que un varón es mejor para reinar, lo que viene a querer decir que un varón es mejor para cualquier cosa. Algo similar ocurre en España, donde reina el único hijo varón del monarca anterior por el mero hecho de ser hombre, porque la primogénita es también una mujer. Si Carlos Gustavo encuentra que convertir a su hija mayor en reina es un «error», yo considero que el error es hacer lo contrario. La monarquía es una institución obsoleta y solo tiene una razón de ser, la tradición secular, que se sustenta sobre dos mandatos: la voluntad de Dios y la sangre de esos elegidos. Sangre que corre también por las venas femeninas.