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Veremos cómo va el año, que ha empezado tan primaveral. Para empezar, leer, por ejemplo, que el coste de una tortilla de patatas ha aumentado un 40 % en los últimos tres años es como para empezar 2023 con las carnes trémulas. Esperemos que la inflación, ese fantasma que recorre Europa y parte del extranjero, se vaya moderando y nos dé un respiro, aunque es de temer que la respiración se nos siga entrecortando entre los estertores de la guerra en Ucrania, la insistencia en el papel de tonto útil de UE o el asalto a la razón de las derechas planetarias, tales las de Ecuador o Venezuela y muy en particular la nacional, que anda, tan contumaz como le es costumbre, con la brújula fijada en don Pelayo, Trento y cierra España. Y de ahí no se mueve. El puntito de incertidumbre lo pondrá la COVID-19, que es tema de ida y vuelta y da mucho juego, lo justo para mantener el canguelo.

Necesitamos una pausa, una tregua, un descanso de tanta cosa; un parar. Aunque alguna alegría hay, no digamos que no. Como la de coger en la isla cualquier medio de transporte público, ya sea bus, tren o metro, y que no nos cueste un duro (0,06 euros para los lectores más jóvenes), con lo que nos sobreviene a algunos la ilusión momentánea, y tan corta como la vida de un bosón, de vivir el socialismo, aunque sólo sea en la proporción de un 0,06 %. O la de que el paro haya descendido hasta los 2.837.653, una cifra que nos retrae a la del 2007, el año anterior a la gran caída en cascada de la economía mundial.