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Ciertos libros no hay que leerlos nunca, ni locos, de ninguna manera, pero por su extraordinaria importancia histórica y cultural y su indiscutible influencia en el desarrollo del conocimiento y las ideas de la humanidad conviene buscarlos, adquirirlos y tenerlos en casa, a ser posible en lugar visible y envueltos todavía en celofán. ¿Para presumir de haberlos leído? No, para presumir de no haberlos leído, ya que no sólo son ilegibles e incomprensibles, sino que si por casualidad alguien muy versado y paciente logra entender algún párrafo, tras madura reflexión descubriría que se trata de tonterías. Pero tonterías tan exageradamente inteligentes, y en lenguaje tan exótico, que repelen a la inteligencia, la sacan del texto a patadas, alarmada por el colosal esfuerzo cognitivo, totalmente inútil, que exigió su escritura. Paradojas del entendimiento ininteligible. La Summa teológica de Tomás de Aquino, en más de una docena de volúmenes, sería un buen ejemplo de libro fundamental para no leer. Su autor, fraile y filósofo escolástico, era tan ancho y voluminoso que no pasaba por las puertas, y su teología tampoco. Se puede sufrir enajenación transitoria antes de acabar el primer tomo, y violentos ataques de hilaridad. En esos efectos se parece a Esquema del psicoanálisis, el libro póstumo e inacabado de Freud, que hay que tener en casa por respeto a la cultura, pero no leer jamás. Del extraordinario Tractatus lógico-philosophicus de Wittgenstein se pueden leer las últimas frases. Pero mis libros favoritos para no leerlos son científicos. Tengo pedido a mi librero de Babel, el mejor librero del mundo, un ejemplar de Fundamentos de la geometría, del genio matemático chiflado David Hilbert, que quiso axiomatizarlo todo, y otro para regalar del más genial y majareta Kurt Gödel, Sobre proposiciones formalmente indecidibles de los Principia Mathematica, que con su Teorema de Incompletitud arruinó los trabajos del anterior, y eso que eran amigos. Es la joya de mi colección de libros para no leer; inolvidable el ataque de risa que me provocó entender todas las palabras y ni una sola frase. A veces, los fascinantes libros para no leer son lo mejor de la biblioteca.