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No, Román, déjalo, – sé que me dirías desde donde estés. Pero yo quiero hablarte, quiero hacer llegar a cuantos pueda, la grandeza de Rafael Perera. Viniste hace tres meses a la presentación de mi libro Mallorquines entre dos siglos, haciendo un inmenso esfuerzo, de la mano de tu hijo Salvador y apoyado en tu bastón. Te lo agradecí en el alma y así lo proclamé desde el escenario del mismísimo Auditorium. Me escuchabas en primera fila. Quizás aquella fue tu última salida, y el mejor regalo que podías hacer a tu amigo Román, puesto que tú, Rafael, creías en la amistad, la amistad verdadera, la ‘virtud excelsa' proclamada por Aristóteles, al margen de cálculos identificados en el ‘Tú me das, yo te doy', el do ut des del Derecho Romano.

Nos conocimos de pasantes en el despacho de Andrés Rullán, gran figura de la abogacía, y la última vez que disfruté de compartir mesa junto a ti, fue en octubre de 2018, durante la conmemoración del 125 aniversario de Ultima Hora, con una comida multitudinaria presidida por Felipe VI. Estabas bien. Nos permitimos algún que otro chascarrillo, junto a Alfonso Ballesteros, otro incombustible. En todo caso nuestra comunicación era constante. Nos llamábamos a menudo. No era yo el que te animaba a seguir braceando en este mar proceloso, eras tú, sobre todo al comentar mis artículos en prensa, de ahí mi preocupación al redactarlos. ¿Qué dirá esta vez Rafael? Me preguntaba.

Recuerdo el día, abril del 2011, en que me nombraron presidente del Comité de ética del PP. ¿Ya sabes lo que has hecho? me preguntaste. Y evidentemente no lo sabía. Aquello no tenía ni pies ni cabeza. Y pedí que estuvieses a mi lado. Aceptaste. Un mes más tarde todo se iba al garete. Ni las empresas, ni los partidos son capaces de soportar artilugios de autocontrol. El jurista en constante ejercicio que eras tú, lo sabía. En cambio los ingenuos teóricos como yo, no podíamos creérnoslo.

Pudimos compartir la amistad y la confianza de don Teodoro Úbeda, obispo de Mallorca durante treinta años. Asumimos su defensa, tú jurídica, y yo en los medios, frente al acoso de los gánsters de Marbella. Fue durante su último decenio de vida. Estaba muy solo y consternado. Había predicado sobre la maldad, pero entonces la vivía lacerando su propio espíritu.

Entre los escritos que durante estos días han retratado tu rica personalidad, quiero recordar el de alguien más joven pero que ha tenido la suerte de tratarte y coincidir en la defensa de comunes principios. Me refiero a Felio Bauzá, al escribir: «De él aprendí la prudencia, la reflexión y la formación de criterio». No se han podido ofrecer mejores palabras para recordarte.

Y ahora que te fuiste, Rafael, tenemos un gran reto: que sigas vivo entre nosotros. Esperemos poderlo superar. No sé si tendrás un monumento, pero lo que más importa es aprovechar tu legado ejemplar. Ya en vida has pasado a los textos de historia de la abogacía en Mallorca. Siempre has mantenido tu saber estar. No eras un carca, ni un farsante, ni menos un fatuo en busca de honores y bienestar. Eras y serás siempre un hijo de Dios que cada noche leía los Salmos en busca de apoyo y acción de gracias. Un hombre de bien.