Francesc de Borja Moll tenía ya muchos años cuando le conocí. Le dediqué una narración publicada años más tarde: «L’home vell que mai no defallía». Porque tenía a ambos lados de la cabeza una cabellera blanca, esponjosa, que quedaba dividida por la calvicie incipiente y parecía un par de alas. Sé que existen los cefalópodos, animales con pies en la cabeza, como los calamares, por ejemplo, pero a mí me pareció que Moll tenía alas en la cabeza. Y se dedicaba a sembrar el mundo de estatuas de plata en nombre de la libertad. Era una visión surrealista, desde luego, de una realidad patente: Moll había dedicado su vida a un ideal, culminar la obra del diccionario empezado por Mosén Antoni Maria Alcover. La primera vez que le vi me llevó andando por calles tortuosas de Palma y mucha gente le saludaba. Él correspondía a los saludos levantando una mano, la que no llevaba la cartera, y respondiendo con voz engolada y jubilosa. Pensé que era un hombre optimista. La gente le conocía por el vell Moll, que curiosamente también podría traducirse por «el muelle viejo» y era un maestro de las palabras.
‘Laboris causa’
Palma14/02/23 0:29
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1 comentario
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Curioso que tanto que hablamos de MEMORIA HISTÓRICA no hablemos NUNCA de este período.