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Hay personas que hacen de las ciudades lugares más amables. Hay otras que sacan su barita mágica y convierten nuestras urbes en habitáculos de alegría. Pepe Marroig logró ambas cosas porque él, que fue habitante de la noche oscura y quizá por eso, supo ponerle una pizca de sal y pimienta a las noches de Palma.

La Polka, su última travesía, se ha convertido en la balsa de algunos navegantes de la noche de una ciudad bien distinta a la que conocieron en los años más jaraneros, no solo de Palma, sino de toda la Península. Aquellos 80 que nos han urdido con hilo de seda. Pepe retomó la hilatura y con su amabilidad natural sacó a la pista a nostálgicos, a resistentes, a solitarios y a bien acompañados. Hoy le lloran, mañana lunes le festejarán.

Cuando una ciudad pierde a personas como Pepe Marroig se encoge de tristeza, se conmueve, se agita de dolor. Con el paso del tiempo, la ciudadela acaba aceptando lo irremediable. Cuando una ciudad pierde a quien hace de ella un lugar mejor donde vivir se queda huérfana, un poco perdida, como la huella de las manos en una cueva prehistórica que buscan algo, quizá otra manos para bailar esa Polka. No estamos en tiempos para marcarnos un solitario. Mejor será bailar un agarrado.
Pepe Marroig era una persona preocupada por el devenir de su barrio. No le gustaban ni el abandono ni la pérdida de carácter que estaban carcomiendo Gomila y El Terreno, quebrando su esplendor pasado como una vieja película de Hollywood. También le inquietaba la pérdida de la esencia de una zona de la ciudad en aras del negocio inmobiliario. Algo que está sucediendo en este 2023 a un ritmo desalmado. Entre el abandono, la marginación y esta crisálida ficticia habría que encontrar un equilibrio difícil de sustanciar a gusto de todos.

La plaza Gomila y sus aledaños no podían seguir como estaban, convertida aquella estrella radiante en un ser desnortado, desubicado, abandonado. Sabíamos que con el paso de los años, ese diamante volvería a brillar, solo que ahora lo hace con un colorín colorado propio de Hamburgo o de ciudad del norte de Europa que alegra sus grises cielos con el arcoíris de fachadas que a este rincón del Mediterráneo le quedan un poco mal. Para qué engañarnos.

Pepe se ha ido de la fiesta para no ver el final porque no suelen ser amables los finales, los últimos compases del viejo borracho al piano te ponen melancólico y aunque creo que el amable Pepe fue un romántico y se quedó al final de muchas fiestas, estoy segura que ahora prefiere ver el devenir desde la platea, quizá usando gafas negras a lo Lou Reed para marcarse un Walk on the Wild Side, eso sí, de lejos. Con elegante discreción. Ojalá Gomila y El Terreno sepan crecer con parecida elegancia. Sería un hermoso homenaje a quienes hicieron de estas zonas, lugares memorables.