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La economía española no cesa de aportar datos que nos indican que la desaceleración es ya un hecho. Y no sólo en España. La OCDE y el BCE lo advirtieron hace unos días. Ahora también sabemos que Alemania, la locomotora de Europa está más que gripada.

Esta semana, conocimos los datos de empleo y paro y nos advierten de que estamos peor que en el primer semestre del año. En agosto aumentó el paro, se redujo el empleo y la contratación cayó a plomo. Un 64 % de los empleos que se han perdido eran indefinidos. Además, los precios no dan tregua. El IPC general empeoró en agosto y la inflación subyacente se ha enquistado en torno al 6 %. Los carburantes, la electricidad y la cesta de la compra siguen presionando el poder de compra de los españoles. Ni siquiera la rebaja del IVA de algunos alimentos ha funcionado. Al contrario, los productos afectados han subido un 12,5 %. .

La lucha contra la inflación se está convirtiendo en una misión imposible que se come la subida de los salarios. Las alzas de tipos llevadas a cabo hasta ahora no consiguen doblegarla y veremos qué deciden los bancos centrales en sus reuniones de este mes. De momento, lo que sí han conseguido es encarecer los créditos y las hipotecas y asfixiar aún más la economía doméstica y empresarial. Muchos se han visto obligados a endeudarse o a tirar de ahorros para consumir, decisiones que pueden acabar en desastre teniendo en cuenta el nivel de precios de la vivienda que no para de subir a pesar de que el Gobierno se empeña en convencernos de que con su Ley las cosas iban a cambiar.

La realidad a la que nos enfrentamos va a ser dura muy a pesar del gobierno en funciones al que no parece importarle que la actividad se ha parado en los servicios, la industria, la construcción o el campo. Más allá de buscar los acuerdos para su investidura, Sánchez no parece muy preocupado por la situación que atravesamos y el empeoramiento que se producirá en los próximos meses y tampoco sabemos qué piensa hacer para solucionarlo.