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Circula por la red el texto de un proyecto de ley de amnistía. O sea: del olvido. Parte de la contrapartida que exige Puigdemont para apoyar a Sánchez en la investidura de presidente del Gobierno. No sé si es el texto oficial, pero si algo parecido va adelante, tanto olvido como el planteado apenas dejará lugar para algún recuerdo. Igual se olvidan de olvidar y tatarean la canción de Diego el Cigala Se me olvidó que te olvidé. ¿Acaso alguien duda que se olvidarán del olvido? Digo: de la amnistía. Ahí va el estribillo: «Se me olvidó que te olvidé/ y como nunca te encontré/ entre las sombras escondida,/ la verdad no sé por qué/ se me olvidó que te olvidé/ a mí que nada se me olvida.» Sabemos que, en realidad, a lo que nos enfrentamos es a un ‘lo que sea' que complazca a Puigdemont, el prófugo; para que de tal complacencia se derive el apoyo en la investidura de presidente del Gobierno; y así Sánchez pueda continuar en la Moncloa. Lo que no debiera ser posible. Pues una amnistía siempre se ha concedido por razones de alta política e interés general, implicando una voluntad de olvido o punto final, que borra hechos delictivos en la confianza de que el problema que la motivó se ha resuelto.

Amnistía, es una palabra que procede de la griega amnestia, olvido o perdón. Una institución, que aunque no está posibilitada por nuestra constitución, que nadie dude que si interesa al César ingresará en el Ordenamiento jurídico de frente o del revés. Por algo el constructivismo jurídico se ha instalado en el Tribunal Constitucional. El César no da puntada sin hilo. Siempre procura tener quien le escriba; se encuentre donde se encuentre. Hoy es sobre la amnistía. Mañana será la autodeterminación, otro imposible. No importa que dé lugar a una desviación de poder o un fraude de ley, o lo que sea; se trata solo de que le funcione al César. La razón de ser y su justificación verdadera no es sino su interés personalísimo. Aunque es cierto que la amnistía se ha otorgado ocasionalmente en la historia, no lo es menos que son muchos y relevantes los tratadistas contrarios a esa solución; que estiman más perjudicial que beneficiosa para la sociedad sobre la que se proyecta. Son radicalmente contrarios, nada menos que Kant, Beccaria, Feuerbach, Filangieri y Bentham, por estimarla opuesta a los principios de la justicia penal. Mas no importa ni quién ni quiénes ni qué… Lo único que cuenta hoy aquí es la ambición del César.