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Estamos a pocos días de la sesión de investidura de Alberto Núñez Feijóo y hace semanas que parece encontrarse en medio de una agresiva campaña electoral. Sabe que ha ganado en las urnas, pero también es consciente de que de poco le servirá ese triunfo si no es capaz de reunir los apoyos suficientes para alzarse hasta la presidencia del Gobierno. En todas sus intervenciones públicas, aquí y allá, lanza proclamas en las que no desvela qué quiere hacer con el país si llega a gobernarlo, sino que se centra en derribar a un oponente al que, de facto, ya ha derribado en la última convocatoria electoral. Es una situación rara que le conduce a discursos poco acertados. El otro día, en su tierra, recriminó a Pedro Sánchez sus supuestos contubernios con los independentistas -una vez más- y le recordó que lo que distingue a una democracia es la igualdad, en lo que suponemos era una defensa a ultranza del derecho a la igualdad por parte de su partido. Sin embargo, habría que recordarle al líder ‘popular’ las lecciones de historia que se perdió en la escuela. No es la igualdad lo que define a una democracia, sino la libertad. Algunos de los países más igualitarios del mundo son comunistas y dictaduras. Y algunos de los países con democracias más asentadas conviven con unas profundas desigualdades sociales. Claro que la igualdad es uno de los valores fundamentales de cualquier régimen democrático, pero se convertirá en uniformidad si no viene acompañada de las libertades fundamentales. No tiene mayor importancia, estamos seguros de que Feijóo es un defensor acérrimo tanto de la igualdad como de la libertad y de la democracia, pero quizá sus asesores deberían repasar los términos en los que redactan sus discursos.