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El fenómeno ovni es un cuento. No hay nada de extraterrestre en lo raro que se ve ocasionalmente por los cielos. Rebobinemos. Los ovnis solían aparecer en verano, cuando apenas había noticias con las que llenar los informativos. Un supuesto avistamiento daba pie a otro, y a otro, y a otro, hasta que llegaba el otoño y la actualidad recuperaba su pulso. El fenómeno paranormal y mediático se fue disolviendo a partir de la década de 1990, cuando la era digital liquidó la fantasía. Uno de los grandes misterios se encontraba en la base aérea del Puig Major. Y era cierto, sus radares registraban el paso de objetos a velocidades cósmicas que desaparecían de inmediato. Pero era el rastro de las pesetas que algunos soldados hacían rodar por los detectores para confundir a los oficiales de guardia. Otro camelo era la famosa base submarina de Sóller. Khenaro, uno de sus marcianos, se hizo famoso en la sociedad mallorquina, incluso escribió algún artículo en la prensa. La base producía sonidos metálicos y luces ocasionales visibles en la costa. En realidad, eran efectos producidos por barcos y sumergibles de fabricación humana. El platillo volante que se estrelló en Roswell en 1947 era la prueba de un cohete, y el famoso avistamiento nocturno de Manises de 1979, una tomadura de pelo de la VI Flota, por allí de maniobras. Los extraterrestres no han llegado porque ya los habríamos entrevistado. Pese a ello, la NASA va a crear un comité de expertos para que evalúe las sospechas. Ha llegado el momento de acreditar el engaño. Claro que los americanos son capaces de hallar vida inteligente en Plutón, si eso les interesa.