El reencuentro con el paisaje de toda la vida tranquiliza porque en los días de ausencia nada aparente malo le ha ocurrido a la gente y a las cosas cercanas que ves cada día. Eso de la rutina está infravalorado. La vuelta a lo que llaman normalidad es un alivio. Por poner un ejemplo, he sentido como cierta alegría al salir de casa y ver que el coche abandonado en mi calle sigue ahí, envejeciendo, inmutable, resistiendo a todas las denuncias, a todos los papeles que le han puesto en el tiempo que lleva donde lo aparcó algún ladrón o un dueño sin alma. A un cacharro útil o de adorno también se le quiere. Hace ya tres años que me di cuenta de su presencia y durante meses hice lo posible porque se los llevaran. Ni llamadas, ni policía de barrio, ni alerta directa a patrullas de municipales… Nada. Ahora me alegro de que mi arrebato cívico no prosperara. Ahora lo saludo cuando llego de viaje y me quedo tranquilo. Forma parte de mis salidas diarias y me intereso por su deterioro, que es también el mío. Ya no quiero que se lo lleven a un centro de recogida para subasta o desguace, estoy pensando pedir un indulto y hasta dispuesto a adoptarlo como se adopta un perro abandonado, como se adopta un árbol. Me inquietan la fosas comunes y las pilas de coches y neumáticos, fondos de películas y novelas negras. Y es un Mercedes, en aparente buen estado, con matrícula de tres letras. Quizá sigue vivo. O yo lo veo así, como algo cercano a lo que saludo todas las mañanas y me recuerda que yo también sigo aquí y cuasi aparcado. No sé si pedir indulto.
Indulto
Palma29/09/23 0:29
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2 comentarios
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No hable de indultos a ver si lo van a tachar de filoterrorista!
Un buen artículo. La desidia de las instituciones es absolutamente lamentable. Recuerdo haberme quejado hará más de 25 años al Ayuntamiento de Palma de una acera con los bordillos llenos de huecos donde meter el tobillo y reventártelo. Hace unos días bajé de Alcudia a Palma y día de hoy todavía están sin arreglar. Y como usted dice, hasta tuve una mezcla de cariño y nostalgia.