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La ropa, los coches, los edificios, los carteles publicitarios, las luces nocturnas, los paisajes, la encuadernación de los libros, los utensilios de cocina, los estuches y envoltorios, el mobiliario, los objetos de regalo, las playas, los bares, las latas de sopa, todo. Incluso los adornos. Por qué en plena apoteosis del diseño comercial, hasta los desfiles de lencería y ropa interior sorprenden por su audaz fealdad, tanto de las prendas como de las esqueléticas modelos. Por qué, en definitiva, es todo cada vez más feo, si en esta sociedad del espectáculo, el atractivo de la cosa, además de un valor añadido, es ya la cosa en sí. Menudo misterio del progreso. Todo ha mejorado, no diremos que no, pero todo es mucho más feo, hasta la vajilla desquiciada de los restaurantes de tres estrellas. No hablamos ahora de moral, ni de política, ni siquiera de utilidad, sino de estética. Dónde vas a comparar un salero actual con los que cincelaba Cellini, ni los hermosos coches antiguos con eso que circula por ahí, ni un lienzo de Vermeer con el feísmo de Picasso, que convenció definitivamente al mundo de que lo feo es bello. Habrase visto tontería. Lo feo ha triunfado hace mucho en todos los órdenes, y si las grandes obras de arte son feas, cómo van a ser los objetos comunes. Pues feísimos, a juego con el entorno urbano y el paisaje natural. Sólo hablo de estética, no de ética, pero recuerden que ya en el Frankenstein de Mary Shelley, el monstruo se vuelve malo precisamente porque es feo. Antaño esto era una obviedad, y en cambio, ahora que la apariencia lo es todo, nadie se lo cree y todo es más feo. Mucho más, feo con orgullo, como las pantallas de los móviles. ¡En las que metemos los dedos con fruición! ¿Han visto las gorras de visera que se gasta Donald Trump? Hasta Al Capone se cubría mejor la cabeza. No suelo discursear sobre las bellezas perdidas, pero es que tanta fealdad me agota. Tendrían que ver los pantalones y camisetas que llevo, una porquería. Y las feas y endebles portadas de los libros que leo. Meses tardé en encontrar una paletita de cocina que no ofendiese a la vista por su fealdad. ¿Por qué es todo tan feo? A este paso, me acabaré volviendo malvado.