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Irene Montero, en su pataleta final antes de abandonar el cargo, lanzó su veneno contra esos amigos de cincuenta años del presidente a los que Pedro Sánchez había mencionado en una entrevista. Dijo que tenía amigos de su quinta que se sentían incómodos, ofendidos, cuando la ministra de Igualdad hacía gala de su feminismo. Las palabras de la ya exministra han provocado ríos de tinta, especialmente entre el género masculino que, efectivamente, se siente señalado. Indicio claro de que algo les pica. Conozco a muchos hombres en la cincuentena y puedo poner la mano en el fuego y no quemarme al decir que el 90 por ciento son machistas. La mitad, tremendamente machistas. He de añadir que un gran porcentaje de mujeres de esa edad también lo son.

Por eso en esto me coloco junto a Montero. Es muy difícil mantener un cuerpo de creencias sólido y chocar día sí y día también contra un muro. España es un país profundamente machista y sabemos todos que esto no se acabará ni en lo que dura una legislatura ni en lo que dura una vida. Llevará probablemente siglos, porque son cuestiones establecidas desde hace siglos. El cerebro de los hombres que conozco solo funciona en clave sexual. Es una gran desgracia, pero es así. No ven personas, ven hombres y ven mujeres y siempre encasillados unos y otras en unos márgenes estrechísimos. De ahí la profunda homofobia que también prevalece en la mayoría.

Otro día hablamos del racismo. Irene Montero encontrará otros cauces para seguir con su batalla y hará lo más valioso que puede hacer una mujer que además es madre: enseñar a sus hijos a discernir, cosa que nuestras madres no supieron o no pudieron hacer. Queda un trabajo infinito. La mayoría no veremos los resultados.