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No señalaremos, no somos chivatos, pero a menudo, tras escuchar una auténtica lluvia de quejas, lamentos y lloriqueos por parte de algún individuo o colectivo, y pese a que algunas nos las sabemos de memoria por su reiteración, no seríamos capaces de explicar de qué se quejan exactamente. En el alud de quejas, a veces contradictorias y no argumentadas, se nos escapa de qué se están quejando, y teniendo en cuenta que estamos en la civilización de la queja, tanto analógica como digital, eso es un problema grave. Críticos y satíricos hay pocos, quejicas muchos, y aunque la ciencia de la queja han alcanzado extraordinario desarrollo en las últimas décadas, con aportaciones de la filosofía, las matemáticas, la estadísticas, la sociología, el marketing y la política, la abundancia de las mismas, que ya exige la instalación en las esquinas de terminales públicos para quejas a modo de libro de reclamaciones, ha reducido mucho su nivel de calidad, y ya nadie sabe de qué se queja tanta gente. A nivel teórico, tenemos quejas proverbiales, preventivas, históricas, genéricas, automáticas, falsas, innovadoras, creativas, transgresoras, financieras y de mantenimiento. Bueno, en realidad hay más tipos, pero lo hemos dejado en decálogo para abreviar, más las de mantenimiento que van aparte. Lo que ocurre es que en la práctica, si le acercas un micrófono a alguien de la política o de la cultura, o le dotas de un mero móvil, en dos minutos ya las ha destacado todas (sobre todo las proverbiales y las preventivas), y es difícil desenmarañar esa maraña de quejas y refunfuños. ¿De qué se quejan? De todo, al parecer. De lo uno y de lo contrario. Algunos expertos dicen que los humanos siempre hemos sido muy quejicas, pero la falta de medios nos impedía desarrollar esa vocación, y sólo los poetas podían lamentarse de la fugacidad de la vida, las desdichas del amor o la falta de seguidores. Otros más cínicos aseguran que, debido al éxito arrollador de los quejicas, muchos intentan hacerse un nombre en ese mundo de la queja, muy competitivo. Es igual. De qué se quejan es la cuestión. Y si no saben explicarlo, acudan a un asesor de lamentaciones proverbiales. Para que se las gestione.