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Puede que ni siquiera los viejos aficionados al fútbol se hayan dado cuenta de que ya apenas se habla del célebre gol del honor, de los que no hace tanto había varios a la semana, muy aplaudidos, pero sin otra utilidad que paliar levemente abultadas derrotas. Hemos metido el gol del honor, se felicitaba la afición. Una tradición casi desaparecida, porque en la actualidad no hay ningún honor en perder, y si alguien se molesta aún en meter ese gol, nadie le prestará atención, ni lo llamará así. Total, qué más da si hemos perdido. No es que no se marquen goles del honor, es que ya no hay honor en esa gesta decorativa. Tampoco existe el famoso gol del cojo, igualmente muy honorífico, porque los cojos no meten goles. Son sustituidos. Y todo lo que no sea ganar, es indigno a la par que indignante, como se aprecia a diario tanto en el ámbito futbolístico como en el político, económico y cultural. Ausente del lenguaje popular, hasta de la esfera privada ha desaparecido ese concepto del honor, que ya adquirió un tonillo arcaico y casi medieval. ¿Podríamos decir que ya no hay honor en el mundo? Podríamos, pero y qué. ¿Es eso malo? Sí, pero no demasiado, ya que si bien el mundo es mucho más feo, es menos incómodo que cuando el honor lo era todo, y más valioso que la vida. Lo que generaba innumerable lances de honor, y no pocos crímenes. De honor, claro está. Aunque muy pomposo y grandilocuente, eso del honor se parecía mucho al qué dirán, lo que no constituye una buena norma de conducta, ni siquiera para los políticos. Por no hablar de su tendencia a ubicarse en lugares inadecuados; mejor no mencionar dónde situaban los hombres su honor, y lo que debían hacer para repararlo. El honor era la virtud básica del guerrero, pero en tiempos contemporáneos, sólo los mafiosos podían calificarse de hombres de honor. ¿Y el honor del samurái? Bueno, vean Harakiri, la obra maestra de Masaki Kobayashi y del cine japonés, y sabrán exactamente en qué consiste ese honor de psicópatas. Y sin embargo, cuando algún viejo cronista menciona un gol del honor, como si aún existiera algo más que ganar o perder, sufro un breve ataque de melancolía. Que tampoco me dura demasiado, la verdad.