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Otra vez los ciudadanos de a pie vemos cómo la clase política sobrevuela sobre nuestras cabezas a bordo de una nube de algodón rosa que huele a jabón. La primera parte del discurso de Francina Armengol con motivo del 45 aniversario de la Constitución de 1978 recordaba a un cuento de hadas de final feliz. Tras los palos recibidos por su anterior intervención pública el día de apertura de la nueva legislatura, esta vez la presidenta del Congreso ha decidido pasar el barniz de lo políticamente correcto sobre sus palabras. El país que retrató –moderno, libre, puntero– resulta completamente desconocido para gran parte de la población, los que saben lo que cuesta pagar una hipoteca, llegar a final de mes con salarios ridículos, los que luchan día sí y día también con la imposible tarea de la conciliación, los que aún sueñan con formar una familia y las cuentas no cuadran, los jóvenes que aspiran a independizarse de su familia y solo lo logran a costa de «formar» otra familia con extraños con los que se ven obligados a compartir una vivienda, muchas veces precaria, los dependientes y sus familiares... Después de glosar las grandezas de este país, Francina se acordó de esos problemas sin resolver que, a la postre, hunden la calidad de vida de los españoles. Desde el tema habitacional –durante sus ocho años de mandato en el Govern balear no aportó ninguna solución–, a los crímenes machistas, una lacra que ninguna ley ha conseguido atajar, y la crisis climática. Al acabar llamó al entendimiento, un guiño a Gobierno y oposición para que empiecen a hacer lo que se les ha encomendado (y para lo que les pagamos muy bien): remar juntos en la misma dirección, que no es otra que resolver los problemas de los ciudadanos.