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En el vídeo en el que la princesa británica, Kate Middelton, revela que tiene cáncer, se queda uno mirando sus manos hipnotizado. No tiene que ver el movimiento de las manos con el resto del cuerpo. Es evidente que es una grabación pensada hasta lo mínimo. Da una noticia grave, de forma involuntaria tras semanas de especulaciones y rumores desatados, noticias falsas y teorías de la conspiración en las redes sociales. Lo hace con aplomo y seguridad. Sin embargo, parece que se le escapa un punto de rabia a través de las manos, no las saca apenas de regazo y tienen como un gesto de crispación. Es ahí donde se puede ver el choque entre los cambios y el mundo en 2024 y una institución de otro siglo. Son siempre interesantes esas colisiones entre lo acelerado actual y lo antiguo. Muestran bien las direcciones porque lo viejo no deja de ser un testigo, una muesca de dónde estábamos y enseña el punto de llegada.

La princesa llevaba desaparecida unas semanas pero el asunto no estalló hasta el envío de una imagen manipulada, una fotografía familiar retocada. Siglos de pintores de cámara haciendo retratos de casas reales engrandeciendo su majestad, limando papadas y dando realce al jinete y el caballo y ahora no se puede tocar un poco una imagen digital. Falta de transparencia, se clamó. Algo tapan, se dijo. Y con la princesa está triste, qué tendrá la princesa, arrancaron una serie de teorías: está muerta, solo enferma, es un tema de cuernos, se ha divorciado. Lo mismo que se podía barruntar en la plaza pública, en tabernas y en bares hace un par de siglos y que no hubiera merecido respuesta alguna, todo lo más un pasear en carroza por la calle principal. Ahora, unas discuplas públicas por la foto y un vídeo con intención de conmover que no cortará ningún rumor. Es un cierto triunfo de la plebe, que no del pueblo, que es lo malo.