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En el último de los libros de la Biblia aparece el Apocalipsis del apóstol Juan, que vaticinaba el fin del mundo con trompetas, caballos galopando en los cielos, ríos de sangre y una bestia con lengua de fuego. Toda una superproducción espectacular con fuegos artificiales y miles de muertos. Sin embargo, hay una sensación de que el Apocalipsis que nos viene encima es más sutil, más tranquilo. Hay señales que se pueden percibir pero como nos hemos acostumbrado, no hacemos mucho caso. Un meteorito que atraviesa los cielos nocturnos y se convierte en día, eclipses, un ternero que nace con dos cabezas en Zamora...

En la literatura hay obras interesantes que abundan en un fin del mundo pausado, con una música de fondo que no son trompetas de guerra, sino canciones de los Beatles o los Rolling o Madonna o Rammstein pasadas por el tamiz de la bossa nova y así hacerlas aptas para un beach club. En El año del desierto, de Pedro Mairal, cuenta como solo en el plazo de doce meses su país, Argentina, va descomponiéndose mientras los ciudadanos lo admiten con los brazos cruzados. De vivir en un rascacielos en el corazón de Buenos Aires a convertirse en una sociedad tribal solo hace falta un año, según Mairal. Y lo peor de todo es que no anda desencaminado, visto el panorama. Por su parte, Will McIntosh propone en Apocalipsis suave una sociedad distópica en la que un licenciado se engaña a si mismo mientras dice: «No somos vagabundos: somos nómadas». Miles de personas vagan sin trabajo, sin dinero, sin casa. Es lo mismo que nos venden ahora con etiquetas como coliving. Que no te engañen, eres tan pobre que no te puedes permitir ni un salón.