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Consumo ha multado con 150 millones de euros a varias aerolíneas de bajo coste por la fea práctica de cobrar aparte su obligación de llevar tu maleta y por escoger asientos contiguos. Es un castigo que recurrirán y que, quizá, nunca se materialice. La cifra es histórica, pero la mayoría de quienes hemos volado con ellos se preguntará dónde está nuestro dinero. Porque si en su momento pagamos de más de forma injusta, por mucha multa que ahora se les imponga ahora, a nosotros nadie nos compensa. Pero hay más. Una batalla que todos hemos dado por perdida: la gran estafa del descuento de residente. Esa magia por la cual, sea del diez, del veinte o del ochenta por ciento la rebaja, el billete aéreo sigue costando lo mismo, salvo que viajes un martes de febrero a las tres de la madrugada.

Los insulares ya nos hemos acostumbrado a limpiar el bolsillo cada vez que tenemos que volar a la Península por algún asunto urgente. Si no puedes adaptarte a las fechas y horarios en los que el viaje sale barato –los que no quiere nadie–, prepárate a pagar casi lo mismo que si fueras a Nueva York. Un motivo más para pensar en abandonar la vida mallorquina, tan afable antes, tan de dolce far niente, barata y de una tranquilidad pasmosa. Hoy vivir en la Isla se ha convertido en una carrera de obstáculos, donde todo gira en torno a la capacidad que tienen algunos de ganar dinero. Con vivienda, turismo, ocio, transporte. Masas de gente, ruido, molestias y a un coste elevado. ¿Dónde queda, ahora, el atractivo? Quizá, como empiezan a pensar ya muchos, en algún lugar en tierra firme adonde el turismo no haya llegado y sigan disfrutando del anticuado estilo de vida de hace tres o cuatro décadas. Sin aviones de por medio.