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Desconozco el porcentaje de mallorquines a los que no les gusta ir a la playa, pero sea grande o pequeño (el porcentaje) yo me encuentro entre los que lo detestan. En este sentido la masificación playera me viene de perlas para evitar acercarme a menos de diez metros de la arena y aumentar todavía más esa masa de humanos tumbados en una toalla más o menos cerca del mar. Al final le hago un favor a los que les apasiona una jornada de playa porque ir por ir es tontería e ir desganado es hacer uso inútilmente de un espacio que puede ocupar perfectamente un turista con resaca. Empezó a no gustarme la playa cuando me decían que después del bocata de la tarde había que estar una hora sin bañarse para no sufrir un corte de digestión. Eso me generó un trauma. A partir de ahí todo fue a peor. Me gustaba la playa que veía en Verano Azul, la serie de los ochenta, y más o menos de niño los veranos eran así, azules. Luego murió Chanquete y vino el bajón. Cuando te haces mayor los veranos son un infierno y ahora se han convertido en una maldita pesadilla. Últimamente, con la masificación cualquiera se acerca. Aunque yo creo que más que no gustarme la playa no me gusta el proceso de ir a la playa. Los preparativos, similares a una mudanza, los atascos en la carretera, la imposibilidad de aparcar, el camino a pie tras dejar el coche a ocho kilómetros de la arena y luego está el tener o no suerte. Yo no tengo y siempre terminan situándose al lado jóvenes con la música de reggaetón a todo volumen. O gente fumando. No sé qué es peor para la salud. Lo primero debería estar penado con cárcel. Sin duda. Y luego hay que volver a vivir la misma pesadilla, pero al revés. Demasiado estrés para tan poca recompensa. Cuando el verano dejó de ser azul dejó de gustarme la playa.