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Yo supongo que a medida que envejeces te vas haciendo más cínico, más realista y un poco más tocahuevos. Te instalas en una posición en la que ya no tienes nada que demostrar y muy poco que perder, así que te dedicas a observar, no las obras como hacían antes algunos hombres jubilados, sino el devenir de la existencia a tu alrededor. Con ojos críticos. Puñeteros. Y ves a las treintañeras debatiéndose en un mar de dudas sobre su deseo de ser madres, de formar una familia, de seguir el patrón institucional, tradicional, conservador. O bien ponerse el mundo por montera, coger un avión y largarse al quinto pino a verlas venir. La mayoría se queda a medio camino, entre Pinto y Valdemoro. Y cuando el tic-tac del reloj biológico empieza a escucharse con estruendo, corren a quedarse embarazadas para cumplir el mandato divino, paterno y del árbol genealógico entero: garantizar la supervivencia de la estirpe. Luego vienen los ayayais, porque nada es lo que parecía. O lo que prometían. Y la conciliación está en el centro del problema. Si curras no puedes ser madre -a menos que seas funcionaria con horario fijo y de lujo- y si eres madre te será muy complicado seguir currando. Para solucionar esto habrá un millón de opciones, pero Marga Prohens ha optado por la peor: encerrar a los niños en el cole todo el verano. Convertir las escuelas en centros de internamiento para niños porque las vacaciones escolares se han convertido en un castigo para el sistema productivo y porque lo más sagrado es asegurar que la gente siga currando hasta que se muera de asco. Nada de conciliar horarios, racionalizar turnos, cerrar cuando hay que cerrar y educar al consumidor. Eso sería la debacle del capitalismo.