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Con Franco, líder civil elegido por sufragio universal, no había oposición. La oposición era silenciada, detenida, torturada, suicidada o enviada a presidio. Si alguien se atrevía, como ahora, a insultar al jefe del Estado o al presidente del Gobierno, acababa en la cárcel. Cualquier gestión requería presentación de certificado de adhesión al movimiento nacional y certificado de buen comportamiento emitido por el sereno de la manzana. Nunca llegué a votar.

Con Franco no había matrimonio civil (sin apostasía pública previa), no había divorcio, aborto, métodos anticonceptivos o preservativos (que se obtenían sub rosa) y no digamos eutanasia o tolerancia de la homosexualidad.

Con Franco no había libertad de prensa, no había en las emisoras de radio noticias fuera de los dos boletines oficiales diarios emitidos por Radio Nacional. Cada noticia o editorial de medio escrito era sometida a censura previa (luego vino la Ley Fraga que, abriendo la mano a la libertad, ejercía la censura posterior; todos eran libres de publicar cualquier noticia, pero ay de quien lo hiciera). Con frecuencia era obligatorio publicar editoriales o noticias enviados por el ministerio de información y turismo.

Con Franco, las películas extranjeras eran traducidas al español para mejor control de los diálogos, que eran censurados con los risibles efectos que conocemos. Las obras de teatro eran censuradas con tachones y añadidos impuestos por los censores, generalmente, unos personajes ignorantes y de extrema derecha. Los libros sufrían la misma obligación de exequatur. Todos teníamos libreros amigos que guardaban las obras prohibidas bajo el mostrador. En 1960, la tasa de analfabetismo de españoles de más de 25 años era del 17 %.

Con Franco, que creía firmemente en los valores patrios, se consideró que España debía y podía autoabastecerse de cuanto necesitara. No se alcanzaron los niveles de desarrollo económico de 1935 en la República hasta bien entrada la década de los 60. Las democracias de nuestro alrededor, cuya devastadora guerra había terminado seis años después de la nuestra, recuperaron el pulso económico a finales de los años 50 (en parte, gracias al Plan Marshall de los Estados Unidos, que Franco rechazó). Empujados por el hambre y la miseria, millones de españoles emigraron a Europa, la Europa depravada, inmoral controlada por la cábala judeomasónica.

Con Franco, hubo entre noviembre de 1939 y julio de 1942, 150.000 ejecuciones y miles de procesos sin garantías. Con Franco hubo terrorismo que el régimen no fue capaz de derrotar, pese a los métodos policiacos aplicados. Fue preciso esperar a la democracia para ello.

Con Franco no había partidos políticos (¡hasta la Democracia Cristiana fue perseguida!) y sí una doctrina única inmutable, irónicamente llamada Movimiento. El sindicalismo se limitaba a un pueril verticalismo sin efecto.

Con Franco no había ni amantes ni queridas. El régimen de Franco no era una dictadura: era una encomienda de Dios para la Historia. Se entiende que con estos mimbres Vox no quiera que se lo critique, puesto que pretende volver a él. Se entiende peor la postura del PP.

En el fondo, con PP y Vox no hay memoria histórica. En realidad, no hay memoria.