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Hace muchos años que urbanistas y arquitectos debaten sobre la ciudad ideal y se han desarrollado mil teorías y tendencias, algunas materializadas con escaso éxito. Yo imagino que esos teóricos del bienestar ciudadano son jóvenes, solteros y varones, sobre todo. Y lo digo porque si le preguntas a cualquier mujer de cierta edad que haya sido madre y que tenga a sus padres mayores te dará valiosísimas ideas sobre lo que debe ofrecer una ciudad para que vivir en ella sea agradable. Ha pasado tiempo desde que no visito Alcúdia y estos días he visto el vídeo de la rissaga que asoló su puerto. Más allá de ver el efecto del subidón de las aguas, me interesó observar las reformas urbanísticas que se han llevado a cabo en la primera línea. Todo muy moderno y lamentable, pensado para no quedarse. Vayamos por partes. La vegetación: inexistente, más allá de algunas esmirriadas palmeras que ni son autóctonas ni proporcionan sombra, lo cual en un territorio bochornoso como el nuestro es un terrible error. Unos cuantos maceteros grandes descuidados completan el «verdor» de una zona que debería ser atractiva, irresistible.

Los bancos: ¿qué es eso? Unos bloques de hormigón que no invitan a sentarse. Prueben a ser madre y cargar con un carrito de bebé durante horas o con el niño en brazos, con la pesada compra… la mayoría de nosotros cuando se detiene a descansar lo que quiere es reposar la espalda, relajarse y contemplar el mar sin temor a caerse porque no hay respaldo. Prueben a tener setenta, ochenta, noventa años… estos bancos inhumanos espantan a quienes los necesitan. Y las farolas, más amenazantes que acogedoras. El conjunto da pena. Y si es triste que alguien lo proponga, peor aún es que un ayuntamiento lo acepte.