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Sabemos que para gustos están los colores y cada cual nace o se hace con tendencia a un estilo u otro. Todo correcto. También sabemos que las pintas que uno exhibe delatan muchas cosas. Reconocemos a simple vista a un pijo, a uno que pretende serlo, a un perroflauta y a un garrulo solo por su aspecto, el peinado, la ropa, el calzado y, sobre todo, la actitud, el lenguaje, el discurso y el respeto que muestra hacia los demás. Es un código social que pretende integrar a los individuos en grupos. Quizá parezca algo moderno, pero tiene miles de años. Por eso las pintas son una buena brújula para hacerse una primera idea de cómo es la persona que tenemos delante. Lo digo por el tal Amadeo Llanos que ahora ha saltado a las páginas de la prensa porque miles de sus seguidores le han demandado y le exigen que devuelva el dinero cobrado por sus cursos. Recomiendo buscar fotos suyas en las redes y hacer el ejercicio de ver qué reacción provoca. Porque basta ver las pintas del tipejo este para saber a kilómetros que es un garrulo de campeonato. Lo peor es cuando empieza a hablar. ¿Qué puede enseñarte una persona así? A ser como él. Que es lo que vende en sus cursos, por lo visto. Entonces, si tú quieres llegar a ser un garrulo de ese tamaño, con el cerebro como una nuez, los músculos de Popeye, todos los tatuajes de un catálogo de tattoos, la obsesión por los coches potentes y el gusto por las mujeres más deplorable… que desprecia a todo el que tiene panza como a un ser inferior, pues nada, que te vaya bonito. Y agradece al cielo si no lo consigues. Hay quien ha gastado cincuenta mil euros en seguir las enseñanzas del garrulo mayor del reino. En vez de al juzgado debería ir al psiquiatra. Le cundiría más.