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Sánchez y su gobierno tienen una fijación con la oposición. Lo que hace, según escuché de la vicepresidenta Montero en sede parlamentaria, es estorbar. Si hubiera seguido hablando tal vez hubiera llegado a decir que consecuentemente debía ser cancelada... Se gobernaría mejor sin estorbos. Es la consecuencia lógica. Está claro que la solvencia intelectual de esta señora dista mucho de lo que se puede esperar de un miembro de cualquier gobierno del mundo. Léase bien la perla que hace unos días soltó: «Cobrar el salario mínimo, o sea 1.323 € mensuales si se prorratea en 12 pagas anuales, es ser clase media» ¿Se dio cuenta de lo que dijo? Seguro que no. Pero da igual que igual da. Ser ministro, incluso presidente del gobierno no es lo que era. El aporte intelectual es escaso, cuando se ha concluido con la lista de improperios: «extrema derecha», «derecha extrema», «ultra derecha», «fachas», «fachosfera», «barro», «ruido», «embarrar», etc. Y, después de las elecciones europeas del 9-J, más todavía. Pues son ahora tres los puntos destinatarios de las invectivas alternativas de los argumentos: PP, Vox y Alvise Pérez. No planteándose, con Heráclito de Éfeso, el devenir como la síntesis de polaridades. Ni compartir que no se puede apreciar el bien sin el mal, la salud sin la enfermedad ni el gobierno sin la oposición; pues todo está referido a lo que se le opone. Como la derecha a la izquierda y viceversa. Evidentemente, el gobierno que padecemos no tiene claro que en democracia la leal confrontación de la oposición es necesaria. En las cortes franquistas, evidentemente no había confrontación. Como tampoco la había en las dumas soviéticas.

Durante muchos años la izquierda se caracterizó por el anticlericalismo y la derecha por el clericalismo. Ahora no es así. Con el avance de la laicidad, el muro religioso que separaba ambas tendencias ha desaparecido. La ‘derecha’ ha dejado de ser clerical y la ‘izquierda’ de ser anticlerical. Lo que es bueno. Pero lo malo es que la izquierda se ha convertido en una religión… Más bien en una iglesia. Una iglesia que abandonando las prédicas de sus profetas ha deificado al Estado. Una iglesia que en vez de rogar a Dios suplica al Estado todopoderoso. Y tiene a la derecha como principal herejía. Es una teología política postmoderna que pretende, tras la conversión universal, la revolución pendiente.